La memoria, tan importante para las causas y las luchas, está siempre amenazada por el olvido, por la muerte. Barrio Alberdi conserva la memoria. El desafío es conservarla, registrarla, socializarla. ¡Cuántas veces he llegado tarde a conversar con gente anciana, testigos de tiempos idos! Cuando fui ya habían muerto.
Alguien me avisó, que una anciana sabía donde
enterraban a los indios en el cementerio San Jerónimo. Se trata de Nilda Haydee
Ramírez de 94 años de edad y concerté con ella una cita para buscarla a su casa
y llevarla al lugar preciso del espacio que en el siglo XIX enterraban a los
originarios del Pueblito. Nilda me esperaba impaciente desde una hora antes de
la acordada. Ella tiene familia pero vive solita, se moviliza con andador y es
muy lúcida. Reside a 4 cuadras del Cementerio. Subió a mi auto y me guió.
Los comechingones, conservaban fuerte, la
relación con sus muertos. Los antiguos formaban parte de la familia, por eso
los enterraban en la misma vivienda. Los difuntos, no se iban, se quedaban y se
convertían en protectores del lugar. La sepultura en las propias viviendas fue
la primera experiencia que vivió el Pueblo de la Toma. El español acostumbraba
a enterrar a sus muertos al lado de sus Iglesias y esto abarcaba a todas las
clases sociales, pero los pueblos aborígenes, alejados de la ciudad mantuvieron
un siglo más las antiguas costumbres. Si bien el Pueblito quedaba a media legua
de la ciudad, el arroyo La Cañada, zanjaba una distancia notable.
La presencia celosa de soldados y misioneros
en las comunidades aborígenes fue
presionando a los originarios a entierros al estilo europeo y aunque los
originarios residentes en la ciudad y los caciques del Pueblo de La Toma eran
enterrados en las Iglesias de Córdoba, sin embargo la población indígena fue
recurriendo a sus espacios sagrados para enterrar allí a los abuelos y abuelas.
El Estado español permitía eso porque las Iglesias no eran suficientes para
recibir una población numerosa y también por una cuestión de salud pública.
Esos lugares sagrados preexistentes al Estado español, fue el lugar elegido por
el Pueblo de La Toma para enterrar a los antiguos. Mediante la tradición oral,
uno puede ubicar algunos de esos lugares, es decir lo que la oralidad permite.
Guiado por esa oralidad, el Instituto de Culturas Aborígenes, logró ubicar uno
de esos territorios sagrados, hallando pircas antiquísimas, morteros de tiempos
idos y restos óseos humanos. Además recibió con respeto diversos testimonios de
los vecinos acerca de creencias y experiencias vinculadas a la salud.
Dicho lugar está ubicado entre el río Suquía y
calle La Rioja en dirección norte sur y desde la calle Aguirre Cámara hasta la
Domingo Zìpoli desde el este al oeste; la Comunidad originaria y varios vecinos
le llaman desde hace unos 10 años: el Antigal del Pueblo de La Toma. La
oralidad en el barrio, fortalecida por los datos históricos presume otros antigales
en barrio Alberdi, entre ellos en las manzanas del actual Centro Vecinal de
Alto Alberdi La Toma que anteriormente se conocía como Club Tigre. También se
supone otro en la calle Hualfin en las manzanas hacia el sur de la Isla de Los
Patos y en las nuevas tribunas del Club Atlético Belgrano; asentamiento de los
hualfines derrotados y deportados, liderados por Don Ramiro Chelimin en 1647
cuando la ciudad apenas tenía 74 años.
Con la creación del primer cementerio público,
llamado San Jerónimo terminó definitivamente el entierro en los templos (salvo
raras excepciones) y comenzó a ser lo habitual las sepulturas de los cordobeses
en dicha necrópolis. Las clases pudientes comenzaron a construir opulentos
mausoleos, las clases medias ubicaron sus difuntos en panteones refinados, las
cofradías construyeron edificios con innumerables nichos y las familias
empobrecidas en nichos periféricos de la necrópolis. La ciudad fue creciendo y
se hizo notable la diversidad de cultos. El Estado liberal y las familias
aristócratas identificadas con el catolicismo, veían con malos ojos el entierro
de disidentes y agnósticos en el cementerio San Jerónimo, por lo cual la Municipalidad
“recibió” mediante estafa “la donación” de un terreno colindante a la
necrópolis para crear el Cementerio de disidentes llamado hoy El Salvador.
Luego en 1956 desalojaron a las familias indigentes que vivían en la parte
oeste del cementerio hacia la calle Mons. De Andrea. Las familias desalojadas
eran antiguos comuneros de La Toma que quedaban sin tierra.
Me habían llegado varios comentarios acerca de
que los indios del Pueblito eran enterrados en el siglo XIX en un sector del
cementerio que con el correr de los años era un espacio derruido. Los
testimonios orales indicaban siempre hacia la misma dirección pero sin precisar
el lugar exacto. Hace poco, alguien me dice “Nilda conoce el lugar exacto donde
se enterraban los indios en el cementerio”. Me puse contento porque conocía
desde hace muchos años a Nilda y la sé una persona seria. ¿Quién es Nilda? Nació
en el Pueblo de La Toma en 1924, se llama Nilda Haydee Ramírez, hija de Rosa Ramírez,
nieta de Rita Arana e Hipólito Ramírez y su bisabuela “era una negra grandota
cuyo nombre era Regina Ramírez”. Nilda, hija del Pueblito me lleva al lugar:
“Mi abuela Rita me decía: aquí enterraban a los indios. Yo tenía unos 14 años y
mi abuela tenía unos 65 años. Cuando le pregunté ¿dónde abuela? Ella me señaló
el lugar. Es esta esquina, no había tapia en ese entonces en este lugar sino un
alambrado que cubría buena parte de la plaza y también a estos eucaliptos que
son más viejos que yo. Todo esto es el lugar donde los indios del Pueblito eran
sepultados”. Nilda me había llevado hasta
la esquina de la diagonal Mario Canale y Dr. Pedro Chutro. En esa esquina
por dentro del cementerio, ahora hay un mausoleo de las hermanas dominicas de
San José y también unos panteones viejos y muy humildes. Posiblemente estos han
sido construidos sobre aquellas sepulturas indígenas.
A la memoria hay que registrarla a tiempo, porque de un momento a otro es sepultada en la muerte y el olvido. El Pueblito fiel, a su identidad originaria, reconoce que en la morada de los muertos, los antiguos viven.
EL COMUNERO