2.11.22

EL AMANECER DE LAS BESTIAS


Invierno de 1975. María Leticia de sobrenombre Lizi, vive en un asentamiento ancestral ubicado en el costado sur del Cementerio San Jerónimo, que, aunque los funcionarios le llamen tierras fiscales, para ella y su gente, es su territorio donde está su rancherío. Allí viven y allí mueren porque la miseria no es una opción. Como todas las noches se ha vestido con ropas que le ajustan el cuerpo y pronuncian sus formas; se ha calzado sus zapatos de tacos altos y se ha perfumado con un perfume costoso que le suele regalar un cliente. Su rostro maquillado y sus labios pintados: sale a la guerra.

Lizi está paseando por las veredas de La Cañada a la espera de un interesado. Ella es trabajadora sexual, aunque ese término no es de su época; las instituciones les dicen meretriz o prostituta pero ella se acostumbró a que la gente le diga puta.

Entre las sombras, como todas las noches, aparece una monja que trae un termo y vasos, convidando café a las chicas que tienen su parada allí, cerca de su convento. La religiosa se llama María Victoria y pertenece a una congregación cuyo carisma es “sacar” de la prostitución a esas mujeres. El café no es solo para aliviar la intemperie sino un modo de acercarse, crear confianza e invitarlas a los talleres matutinos que las monjas tienen en su casa. Muchas concurren a esos espacios y Lizi también. Allí aprendió peluquería. Pero esa noche la Hermana María Victoria necesitaba conversar con María Leticia otro asunto: la religiosa le dijo que iba a dejar la congregación porque la misma no le autorizaba residir en una villa miseria y ella quería vivir radicalmente el Evangelio. Ya tenía decidido abandonar su congregación y le pedía a Lizi que le hiciera lugar en el asentamiento. María Leticia le preguntó sorprendida: “¿y de qué vas a vivir?” a lo que María Victoria respondió “ya estoy designada como maestra en una escuela”. Una semana después, María Victoria, llegó sin hábitos al rancherío, y la comunidad informada de su historia le llamaba “hermana” aunque ella ya no pertenecía a la institución religiosa. Lizi la recibió en su rancho.

María Fernanda tenía 21 años y estudiaba odontología, pertenecía a la Juventud Peronista e iba con sus jóvenes compañeros a trabajar solidariamente en el asentamiento. Sus padres eran profesionales residentes en Villa Allende y adherían a un peronismo de izquierda educando a su hija en la libertad. Ahora esa libertad les dolía porque su hija les informó que tenía una decisión tomada: irse a vivir a “la villa”. Los padres se opusieron, pero ella no transigió y alentada por la experiencia de María Victoria la joven fue recibida por Lizi. Sus papás conociendo la historia de “la monja”, se aliviaron y resignaron pensando “ya se le pasará”. Queda claro que a María Fernanda no la impulsaban motivos religiosos sino ideales políticos generados por la bella utopía de la justicia social.

Las 3 Marías convivían en esa comunidad de excluidos, descartados no solo por la pobreza sino también por la procedencia étnica, ya que casi todas las familias provenían del Pueblo de La Toma. Esta experiencia no solo transformó la vida de estas mujeres, sino que transformó la convivencia de la comunidad. La gente del Pueblito las amaba y se sumaba a todo lo que ellas organizaban. María Leticia, la Lizi, líder amada del rancherío organizaba talleres de peluquería, María Victoria, realizaba apoyo escolar y María Fernanda alentaba a la formación de una cooperativa de trabajo. Las tres organizaban paneles en los que se trataba el tema de las comunidades indígenas y otros de alfabetización. Ya en confianza, algunas familias reconocían que sus abuelos les habían contado que eran comechingones del Pueblo de La Toma, que habían tenido muchas tierras y que se las habían quitado por eso ellos habían tenido que juntarse en ese lugar donde construyeron el rancherío.

Pero “la república feliz” estallaba en una “república perdida” el 24 de Marzo de 1976 cuando el país se informaba del golpe de Estado dirigido por los militares. La comunidad indígena no prestó atención a ese episodio, ya que a ellos en las diversas gestiones radicales, peronistas y militares, les había ido mal. No era un acontecimiento de ellos ya que la vida continuaba igual. No sabían que desde la obscuridad los estaban espiando desde hace algunos meses, no imaginaban que el mal tenga larga vista e informantes en todos los sectores.

Una noche de Junio la comunidad hizo un fogón y alrededor del fuego compartían testimonios, luego organizaron las actividades de la semana, y después de una breve guitarreada se fueron a dormir. La obscuridad en complicidad con el frio alentaba a refugiarse en los ranchos. Las 3 marías compartían una habitación grande. Las mujeres cuchicheaban en la obscuridad hasta que se durmieron.

Toda la comunidad estaba descansando, reinaba la calma, parecía una noche tranquila, pero con los primeros rayos del sol, el ruido de autos que ingresaban al lugar, gritos extraños sobresaltó a las familias. Iniciaron un allanamiento. Un oficial pelirrojo señaló un rancho a cinco de los asaltantes que inmediatamente procedieron; era la casa de Lizi. Dos de ellos quedaron en la puerta y tres entraron a la habitación. Cada uno se abalanzó contra cada mujer: un milico se arrojó contra María Fernanda que se defendió a las trompadas, un hombre y una mujer peleando duro, pero venció la fuerza bruta, la desmayó y la violó. María Victoria, arrodillada en la cama pedía a Jesús que la salvara, y suplicaba misericordia al salvaje que la miraba lascivo; en un momento se lanzó sobre ella que aterrorizada se desvaneció, también fue violada. María Leticia, tenía experiencia con maltratadores, desde la infancia había sido violada. Ella, la Lizi, no tuvo miedo, reaccionó antes que el atacante y le clavó en la cara el taco fino de su zapato; furioso el militar por el golpe inesperado, la estampó contra la pared. La comunera del Pueblito quedó atontada y ensuciada con la sangre de su violador.

Cuando las tres fueron sacadas del rancho, los carros de asaltos estaban llenos de comuneros. El oficial pelirrojo ordenó “a esas no las suban allí, métanlas en ese auto”, señalando un falcón verde. Subieron a María Victoria y María Fernanda, entonces el soldado preguntó: “¿a la puta también?” el oficial respondió “a esa perra también, esta mierda tiene que aprender, no amparar a subversivos”. Los carros de asalto arrancaron hacia las seccionales de Alberdi, mientras que el falcón arrancó con destino desconocido.

Durante la semana regresaron a la comunidad los que habían escapado aquella madrugada, los comuneros reclamaron sin éxito en las seccionales. La policía es mucho más agresiva con “los negros” con “los pobres” con “los indios”, durante el año fueron regresando, salvo aquellos que quedaron detenidos por antecedentes. De las tres María nunca más se supo…desaparecieron. Una sobreviviente de la dictadura dice haberlas visto en La Perla.