29.12.22

CEBIL: ÁRBOL SAGRADO DEL PUEBLO DE LA TOMA


La Comunidad originaria del Pueblo de La Toma nos reconocemos comechingones, porque es nuestro tronco étnico principal preexistente a la llegada de los españoles y con existencia actual. Los sanavirones son un pueblo hermano que llegó a nuestras tierras antes de la invasión europea de los siglos XV y XVI y convivíamos en un mismo territorio con la interculturalidad que eso genera. La conquista española formalizada en nuestro valle del Suquía en 1573, forzó el traslado de calchaquíes, avispones y mocovíes  a nuestro espacio y la evangelización hispánica nos obligó con su actividad a un vaciamiento ideológico. La convivencia de distintos pueblos originarios desnudó coincidencias culturales y espirituales que facilitaron un sentido de pertenencia mutua y de resistencia para con nuestros opresores.

Una de las convergencias espirituales fue el uso del CEBIL[1], un árbol que crece solo en América del sur y en toda ella, las comunidades aborígenes le reconocen sacralidad. El cebil es un árbol que crece unos 20 metros o más, su  tronco promedia los 50 cm. De una corteza gris obscura y protuberancias cónicas. Es frondoso brindando protección a animales y personas; sus hojas son semejantes a las de los algarrobos, aunque más largas y espigadas, florece en primavera y verano mientras que en otoño e invierno cuelgan sus vainas marrones obscuras y largas. Junto a los talas, algarrobos, espinillos, quebrachos, piquillines y otras especies, forman parte del bosque nativo.

Así como del algarrobo podemos hacer patay y aloja[2] del cebil se saca una bebida dulce de su corteza, tanino para curtiembre, goma para medicina y madera para construcción. En el Pueblo de La Toma, hubo grandes algarrobales, talares y cebilares, que fueron diezmados por los núcleos urbanos instalados desde la conquista. Córdoba, taló algarrobas, talas y cebiles, para fabricar puertas, ventanas, marcos, tirantes, techos y diversos elementos mobiliarios. Tal fue el desmonte que el Cabildo tuvo que intervenir con ordenanzas en varias oportunidades. La desmesurada desaparición del cebil además de los motivos señalados tiene una razón particular: su uso ritual, su sacralidad. Este árbol era y sigue siendo sagrado para algunas comunidades que le atribuyen propiedades espirituales y curativas.

Varias partes de este árbol, incluida la corteza, los frutos y las semillas, contienen poderosas sustancias alucinógenas, psicoactivas, como la bufotenina[3]. Los chamanes de las diversas comunidades recurrían al árbol para lograr una relación directa con los espíritus. Ya sea para curar, para pronosticar, para adivinar o simplemente para comunicarse con las entidades espirituales, aspiraban el humo de las semillas, trituradas y tostadas, mezcladas con un poco de  cal o cenizas, esta mezcla aceleraba la alucinación, efecto de poca duración en el caso de este árbol. Algunos chamanes exhortaban a su gente a inhalar el polvo de las semillas trituradas o el humo generado por la cocción; para esto último recurrían a pipas, elemento precolombino en toda américa. También masticaban las hojas o mordían la corteza del árbol.

Cuando comenzamos este artículo mencionamos a propósito del tema, la presencia en nuestro territorio de sanavirones, diaguitas, avispones y mocovíes, ya que estas culturas conocían el cebil y sus usos en sus hábitat, y encuentran que en las sierras de Córdoba hay cebiles y forma parte de la cultura ancestral de los comechingones. El cebil fortaleció los vínculos de los pueblos oprimidos y movilizó al Estado y a la Iglesia vecinas del Pueblito para combatir estas prácticas, no solo “por los efectos demoniacos” sino también para acabar con toda resistencia cultural. Además el cebil de por sí, era un obstáculo para el trabajo y la explotación  de los indígenas, planificadas por las instituciones y encomiendas siempre movilizadas por la codicia.

La Inquisición instalada en Córdoba en 1614 y el Cabildo instituido a pocos días de la fundación, fueron los principales responsables de la aniquilación de cebiles de la zona. Sospechamos que más de un caballero de la Santa Hermandad disfrutaba su cama y ropero de la madera del cebil. Hoy sobreviven algunos de estos árboles en las sierras y montes cordobeses y quizás también en las riberas del Suquía o en diversos lugares de la ciudad confundido como un algarrobo.

EL COMUNERO

foto: Cebil en el Jardín Botánico de Córdoba. Territorio Pueblo de La Toma 


[1] Su nombre científico es Adenanthera colubrina, según el lugar se la conoce como vilca, huilco, kurupay, en Córdoba y la región andina se lo conoce como cebil.

[2] Patay es un pan y aloja son comida y bebida que se extrae de los frutos del algarrobo

[3] Es un alcaloide con efectos alucinógenos.


19.12.22

LA COMUNERA: DAMA PROHIBIDA

Domingo de Ramos del 2012, el cura de San Jerónimo, se dirige a una multitud de vecinos de Alberdi, Villa Páez, Marechal, Siburu y Alto Alberdi, reunidos en la Plaza, hoy llamada Parque Pueblo de La Toma, y les informa que el 7 de Octubre de 1909 la Iglesia cordobesa[1], había hecho lugar a un pedido del gobierno provincial[2] de prohibir la procesión de Ntra. Sra. Del Rosario que los originarios del Pueblito realizaban desde los ranchos ubicados detrás del Cementerio hasta lo que hoy es el Palacio Municipal, en el que se encontraban con otra manifestación de afro descendientes venidos del abrojal[3]. Los comuneros de La Toma recuerdan que sus abuelos contaban que la fiesta en el Paseo Sobremonte, terminaba con algunos desencuentros violentos[4].

En 1909, hay un documento, en el cual el Cura Abdón Chacón le pide al Obispo Zenón Bustos y Ferreyra, que no prohíba la procesión porque es “antiquísima”, o sea si hace mas de un siglo se consideraba a aquella actividad religiosa del Pueblito como antiquísima, hoy puede hablarse de ancestral. La carta de aquel cura al Obispo le informa que llegado el 7 de Octubre traían una imagen de la Virgen a la Iglesia, en la que participaban en la misa de las 10, luego llevaban en andas a dicha escultura hasta los ranchos, y a las 16 horas partían en procesión presididas por el Cacique don Belisario Villafañe, desde la vivienda de don Bartolo Ontiveros[5]. Sin acompañamiento de curas, la comunidad del Pueblo de La Toma marchaba festivamente con instrumentos musicales fabricados artesanalmente[6], transitaban por los senderos del Suquía hasta La Cañada y por la ribera oeste del arroyo caminaban hacia el Paseo del Marqués de Sobremonte donde los esperan los del abrojal. Entonces comenzaban a compartir comidas, bebidas, música y baile. Cerca del centro, no escapaban a las miradas escandalizadas de la “piadosa” y peligrosa elite urbana, que desde décadas atrás solicitaban la prohibición de este acto de barbarie, màs aún cuando faltaban pocos meses para celebrar el centenario de la Patria. En 1910, la procesión se prohíbe; Argentina y Córdoba sienten que a 100 años de la libertad del país, solo “hay lugar para el progreso y la civilización”. Ese año, el territorio por decisión municipal deja de llamarse Pueblo de La Toma, para denominarse Pueblo Alberdi.

Los aborígenes del Pueblo de La Toma, “refugian” a la Virgen en sus ranchos, sintiendo en carne propia la vieja experiencia de ser censurado en su espiritualidad. Habían re significado en esa devoción sus espiritualidades ancestrales y la honraban con la misma fuerza que a la tierra, al sol, al Suquía y a los “antiguos”. Nuevamente son despojados de su libertad de expresión, pero la comunidad está dispuesta a resistir: esconden la imagen y cada año, cuando la prolongada sequía cordobesa se hace sentir,  pasean la imagen en silencio por la ribera sur del Suquía clamando por la lluvia…y llueve.

Ahora, en 2012, el cura de San Jerónimo, presentaba ante una multitud, una imagen de Ntra. Sra. del Rosario, que le había entregado una vecina nonagenaria, llamada Esbelia Rodríguez y conocida en el barrio como doña Cachito. La imagen “nos acompañó siempre” decía la anciana, e informaba que su abuela se la entregó  repitiendo el gesto que había realizado su tatarabuela[7]. Fue emocionante cuando algunos comuneros del Pueblito que acercaron la imagen, se trataba de una pequeña escultura de 40 cm de altura, con cabellera natural, y una corona entretejida de manera extraña, llevando un niño en uno de sus brazos y un bastón en el otro; la acercaron mientras que un grupo de originarios vestidos con lona de arpillera llamados “Los Negritos”,  los acompañaban tocando un gigantesco tambor música de tiempos idos. La gente la recibió con estruendoso aplauso. Este comunero se conmovió cuando vio que muchos hombres y mujeres, ya mayores, lloraban, como si la imagen los uniera con relatos de la niñez contados por sus abuelos.

La comunidad sostenía por tradición oral que la imagen tenía unos doscientos cincuenta años. Entonces los comuneros la llevamos ante peritos de la provincia quienes después de estudiarla, concluyeron que el rostro y las manos de la Virgen como el niño, tienen procedencia en 1750 poco màs o pocos menos. Llamó la atención de los peritos el entretejido de la corona, manifestando que era interesante para obtener datos históricos acerca de la manera de tejer en aquellos años. La oralidad coincidía con la ciencia.

En 2013, indígenas celebraron el rito del chuschar, le cortaron un mechoncito de cabellos a la imagen y lo ofrecieron a la tierra, fue allí que se le llamó LA COMUNERA en alusión al nombre con que se designa a los miembros de la comunidad y que hace alusión a las tierras comunales. Un orfebre mapuche le hizo una corona de plata y un joven Nawuan camichingón le tejió una ruana[8]; La Curaca del Pueblo de La Toma Teresita Villafañe, artesana de palmas, le hizo con este vegetal el nuevo bastón. Un indígena andino[9], le hizo una canción con ritmo cordobés. Doña Cachito falleció dos años después del gesto de entronizar la imagen de LA COMUNERA en la Iglesia del cementerio. Puedes escuchar su canción:

 EL COMUNERO



[1] Archivo del Arzobispado de Córdoba. Legajo Parroquia San Jerónimo 1909

[2] La prohibición fue hecha por el Obispo Bustos y Ferreyra, a pedido de los gobiernos liberales de Casas, Garzón y Càrcano.

[3] Barrio Güemes y Observatorio. Allí compartían el lugar afros y aborígenes empobrecidos.

[4] Aldo Villafañe, miembro de la comunidad del Pueblo de La Toma, recuerda que su padre Julio Cleto Villafañe, le contaba que concluida la procesión, comenzaba la música y el baile, y que al final, algunos alcoholizados peleaban a cuchillazos.

[5] Don Bartolo Ontiveros fue abuelo por línea materna del Curaca don Ramón Aguilar

[6] En la comunidad de La Toma, se trabajaba en luterìa.

[7] Doña Cachito contaba que sus mayores recordaban que hacia 1850 una joven del Pueblito fue raptada por otra comunidad cuyo cacique no querìa devolverla y que le hicieron una novena a la Virgen y alconcluirla, la chica fue devuelta sana y salva. Era un milagro que le reconocían.

[8] Gustavo Acosta, mapuche y Erick Rojas tejedor y nawan (cacique)

[9] Carlos Sibila


12.12.22

ARROYO EL INFIERNILLO

El Infiernillo es uno de los arroyos ubicados en nuestro territorio del Pueblo de La Toma. En la toponimia del país hay localidades, conglomerados marginales, relieves montañosos, montes boscosos y cauces fluviales que se llaman así. Unos cuantos arroyos llevan este nombre, pero el nuestro es único, al menos para nosotros. También en nuestro territorio hubo un “conventillo” que era conocido como El Infiernillo, se trataba de dos edificios abandonados que gente desamparada e indigente ocupó y que el reconocido músico Chango Rodríguez inmortalizó en una de sus canciones dedicada a Barrio Alberdi, aunque el avance inmobiliario acabó con él. Allí en ese lugar la mitad de sus habitantes pertenecían a nuestra comunidad ancestral. De ese Infiernillo hablaremos en otra oportunidad, ya que también es parte de nuestra historia reciente.

El Infiernillo es un arroyo de una longitud pequeña,  de casi dos kilómetros y medio, que corre desde El Tropezón hasta el Río Suquía, atravesando los actuales barrios de Quebrada de Las Rosas y San Ignacio. No sabemos cómo lo llamaban nuestros antepasados y el nombre ancestral no quedó registrado por ningún documento de la colonia, pero hacia finales del siglo XIX  la gente lo llamaba “La Salada” y también “El Infiernillo”. En la primera mitad del siglo XX fue popularizándose el nombre de El Infiernillo, llegando a ser hoy, el único de nuestro querido arroyo.

Hay muchos detalles que responden al ideario popular para ser llamado El Infiernillo: en primer lugar  aflora desde lo subterráneo, surge desde la tierra misma y es fortalecido de manera irregular por las ocasionales lluvias y tormentas que  formando torrentes, desembocan en su cauce.

Además,  sus cristalinas aguas corren sobre un lecho firme y tienen gusto salado, que no son resultado de los lamentables derrames químicos o cloacales, ya que cuando el sector no estaba urbanizado ni tenía presencia industrial, las aguas transparentes eran salobres, por ende los lugareños y nosotros el Pueblito, le decíamos “la Salada”. En sus aguas nos bañábamos, disfrutábamos y  hay testimonios de ancianos que recuerdan como en su adolescencia les encantaba bañarse allí.

Otra razón importante es la predominante vegetación enmarañada que no permite un fácil acceso al agua. Este arroyo es un pulmón verde de la ciudad, y lo valioso de él es que conserva la flora nativa: hay espinillos, algarrobos negros y blancos, talas, chañar, piquillín, moradillo, tintitaco, jarillas, pichanas. Toda esta flora sobrevive a pesar del avance irresponsable de edificios y casas sobre el antiguo monte por el que corre nuestro arroyo.

Si bien su cauce es relativamente angosto sin embargo es profundo formando barrancas en ambas riberas. En todo su recorrido el cauce es barrancoso aunque en ciertos sectores el relieve es màs pronunciado.

También en las cercanías de su desembocadura en el Suquía y en las barrancas del río, inmediatas al Puente Turín  existen cuevas que antes de la urbanización eran algo màs profundas, en nuestras creencias populares le llamábamos salamancas, espacios del infierno en el cual el diablo está dispuesto a enseñar artes y ciencias a cambio del alma del que acepta aprender. El Curaca don Ramón Aguilar relataba con frecuencia una experiencia que aseguraba haber vivido junto a su abuelo alrededor de 1940. Contaba que un joven apodado “Meneche” aprendió “música allí y murió seco”.

La última razón popular acerca del nombre del arroyo se desprende del relato de doña Cruz, que contaba que “el Río Suquía eran las lágrimas del Gran Espíritu que otorgaba bienestar a los comechingones, y que los brujos celosos de esa buena relación intentaron destruirla. Entonces entretenían al Gran Espíritu con canciones para que dejara de llorar y así comenzaba la Sequía, pero los originarios clamaban y lo  conmovían nuevamente y éste les devolvía el agua. Los brujos irritados se escondieron cerca de las cuevas del infierno y deambulaban por el arroyo, desde el cual se los escucha cantar algunas noches”.

Pero el: hay vida animal, tanto en el bosque frondoso arroyo es un paraíso de sus riberas, como en su cauce. Un estudiante de grado de la licenciatura en geografía  Joaquín Rebuffo aportó  datos producto de una investigación acerca de la fauna del Infiernillo: “en las barrancas todavía existen muchas especies de aves, entre ellas cabe destacar una muy silenciosa y bonita el Chiricote. Esta ave, también conocida como Gallina de Monte, camina tranquila por el cauce del arroyo, buscando bichitos en el barro y debajo de las ramas”.  En el relevamiento de aves del arroyo El Infiernillo realizado entre 2020 y 2021, Joaquín Rebuffo registró 66 especies residentes y transitorias, entre ellas, el ya mencionado Chiricote, Pato Barcino, Pato Cutiri,  Garza blanca, Garza Bruja, Jotes cabeza roja y cabeza negra,  Tero, Carancho, Martín Pescador, Halconcito Colorado, Chimango, Taguato, Palomita de la Virgen, Torcaza, Loros, Lechucita vizcachera, distintas variedades de Carpinteros, picaflores, tordos, y otros más. Joaquín Rebuffo nos informa que también hay cuises, comadrejas, lagartijas, y zorros que transitan por el arroyo pero se refugian en los montes cercanos.

Desde hace años, El Infiernillo sufre los embates destructivos como lo hemos sufrido nosotros como comunidad aborigen. Esa fuerza destructora proviene entre otros de los desarrollistas, las inmobiliarias, las industrias y la irresponsabilidad del Estado en sus distintos estratos muy aferrado a intereses que no son populares. De la contaminación cloacal y el basural suele culparse injustamente solo a los vecinos comunes en especial a La Favela, en la cual viven algunos hermanos de nuestra comunidad. Nuevamente el hilo se corta por lo màs delgado. Muchos vecinos del Infiernillo aman el arroyo; quienes deseamos rescatarlo contamos con esa fortaleza. La Comunidad Comechingón del Pueblo de La Toma no solo lucha por el Río Suquía sino también por este arroyo “que sigue vivo” a pesar de los intentos de matarlo sobre todo desde medio siglo a esta parte. Que se hagan sentir en pleno día los cantos de la resistencia, de la causa, de la lucha, es decir…de la vida.

EL COMUNERO

28.11.22

EL HOMBRE DEL SUQUÍA


Siglo XII antes de Cristo
: La dinastía Ramsés Gobierna Egipto, la dinastía Zhou rige  China, surge Grecia,  falta todavía 90 años para que reine David en Israel y 350 años para la fundación de Roma; también falta 1100 años para el nacimiento de Jesús.                                                                    

En México surgen las culturas zapoteca y olmeca que influirán sobre las civilizaciones  Maya y azteca. Es el siglo en el cual la cultura Chavín en Perú y Tiahuanaco en el altiplano boliviano se transforman en una “usina” generadora de elementos culturales que dos mil años después legaran el Tahuantinsuyo incaico.                                                                                                         

Siglo XII antes de Cristo: el río Suquía corre majestuoso en Quisquisacate, que dentro de 2.673 años se llamará Córdoba. En sus riberas no existen ciudades y ningún dique o embalse artificial detienen sus aguas. Sus numerosos afluentes procedentes de las sierras pampeanas[1], confluyen en él que tiene un recorrido de 200 kilómetros hasta desembocar en el mar de Ansenuza. El Suquía en esta época tiene un cauce de 300 metros, según lo demuestran no solo testimonios orales sino elementos arqueológicos como morteros de piedra y humedales eliminados por la moderna urbanización. En aquel tiempo una flora y fauna silvestre y abundante conformaban un paisaje distinto al que estamos acostumbrados a ver.                                                                                                     

Siglo XII antes de Cristo: “El hombre del Suquía”[2], es decir así denominamos a este ser humano que vivió en nuestro espacio y fallecido hace tres milenios, fue enterrado por su familia en la vera del Suquía. Estos huesos, cuyas fotografías acompañan  este relato, serán nuevamente enterrados en el Antigal del Pueblo de La Toma[3]. En una asamblea de la comunidad en la que participamos muchos comuneros del Pueblito decidimos por unanimidad enterrar todos los restos óseos humanos encontrados en nuestro territorio. La devolución de los ancestros a la madre tierra, cerca del padre río es una decisión tomada pero no se acordó el tiempo y con qué rituales ancestrales, ya que hace 3.100 años en el actual territorio de Córdoba, ya existía una espiritualidad colectiva y se practicaba enterrar a los muertos.

“El hombre del Suquía” fue entregado por un comunero del Pueblito al Instituto de Culturas aborígenes, quién envió muestras al laboratorio antropológico de la Universidad Nacional de La Plata por intermedio de arqueólogos cordobeses[4]. La respuesta recibida meses después sorprendió nuestras expectativas cuando nos informaron que la datación de dichos restos humanos es de 3.100 años a la fecha.

Esta persona era de género masculino y medía 1.75, o sea alto para el común de la gente que habitaron en ese tiempo y en este lugar. Será tarea de los profesionales en estas ciencias investigar acerca de su alimentación y de su identidad histórica y otros datos acorde a los elementos culturales que este hombre vivió.

Un detalle importante: este hombre no estaba solo, junto a él encontraron los restos óseos de un niño cuyo género y edad desconocemos. Solo tenemos la certeza de que esta segunda persona falleció en la niñez, posiblemente un párvulo: ¿El niño o la niña del Suquía? [5]. La criatura no pudo crecer en su hábitat y hacerse adulto. Vaya a saber si el papá y su hijo murieron por enfermedad, por accidente o de manera violenta.

El hecho de que estaban enterrados juntos nos hace suponer que se trata de un papá con su  hijo/a, es decir gente que hace 3.100 años vivían en familia en este espacio y eso lleva a la conclusión que el lugar estuvo habitado por comunidades.[6]

Según investigadores[7] del CONICET y de la UNC desde el 2000 ac hasta el 500 ac, el clima en esta región cambió positivamente dando lugar al surgimiento del bosque serrano. Pensamos que “el hombre del Suquía” vivió en un ambiente de frondosos árboles nativos con flora y fauna variada. Siguiendo la misma investigación y deduciendo la confluencia del clima, del agua y de la tierra nos inclinamos a pensar que este hombre fue uno de los primeros agricultores del Suquía, uno de los iniciadores de la domesticación de plantas y animales por este lado del planeta.

Faltaban más de 2.500 años para que las familias originarias del actual barrio Alberdi y otros aledaños comenzaran a llamarse Pueblo de La Toma, aunque esta familia del siglo XII ac pasó su vida en este territorio y aquí dejaron sus huesos para protección del Pueblito.

Lo curioso es que el Antigal del Pueblo de la Toma, tiene un proceso histórico remoto que lo ha preservado como territorio sagrado ya que hasta el año 1959 existía en el lugar una pirca que los vecinos llamaban “pirca de los indios” porque hasta los màs ancianos de comienzos del siglo pasado ignoraban su origen y funcionalidad. Cuando el vecindario trató con el Estado un acuerdo por el que el gobierno instalaba el servicio de agua corriente si los vecinos cavaban la zanja, estos últimos se encontraron que al cavar “había huesos humanos enterrados  con una tela que parecían bolsas de arpillera y tenían sal”. En aquella oportunidad, por temor a que se detuviese la obra, decidieron no denunciar “porque no se trataba de cadáveres recientes sino de gente que vivió en otros tiempos”, entonces reunieron todos los huesos “los pusimos en una bolsa y los llevamos al río, rezamos y los enterramos allí.” La Cacica del Pueblo de La Toma Teresita Villafañe, fallecida recientemente, recordaba aquel hecho y sostenía que fueron enterrados por donde pasa la costanera”

Nos alarmamos que “la historia oficial” haya insistido en el despoblamiento del territorio del Pueblo de La Toma cuando el sentido común indica que cuando hay agua, flora y fauna en un lugar para nada aislado: hubo y hay presencia humana originaria.

Cuando Jerónimo Luis de Cabrera y Lorenzo Suárez de Figueroa, después de una exploración analítica “descubrieron” que el lugar era apto y óptimo para habitar, ya el “hombre del Suquía” había experimentado el gozo de vivir aquí. Si Córdoba acepta su raíz originaria y se siente orgullosa de ella, entonces puede decirse que este hombre es “el primer cordobés.”                                                                                                                       

EL COMUNERO                                                                                                     



[1] Ríos y arroyos de Los Gigantes y de Punilla

[2] Nombre puesto por comuneros del Pueblo de La Toma

[3] Antigal: lugar de los antiguos donde se encuentran restos óseos humanos ancestrales y elementos culturales remotos

[4] Mirta Bonin y Andrés Laguens

[5] No denominamos a esta persona, ya que desconocemos su género.

[6] La persona es social por excelencia.

[7] Equipo coordinados por Berberian E. 2011 Los Pueblos Indígenas de Córdoba. Ed del Copista pp50-56

14.11.22

LAS SANADORAS DEL ANTIGAL DEL PUEBLO DE LA TOMA

Días atrás entrevisté a algunas sanadoras del Pueblo de La Toma, que residen en el Antigal. El Antigal es el lugar de los antiguos, en el cual habitan los espíritus, donde también tienen plena vigencia las creencias, la oralidad y las prácticas curativas ancestrales. También allí se encuentran restos óseos humanos de tiempos remotos que visibilizan la presencia de los antiguos. El Antigal del Pueblo de La Toma tiene epicentro en el Pasaje Quevedo situado a pocos metros del río, en donde termina Bª Alto Alberdi. Este lugar es el espacio en el cual el Pueblo de La Toma preserva su legado histórico, en el cual los saberes ancestrales se mantienen vivos, el Suquía tiene significación sagrada y los sanadores ejercen su poder y experiencia para hacer el bien al vecindario. Los sanadores, dueños de la memoria e intérpretes de la tradición oral poseen una dimensión mística y mítica, es decir por una parte se trata de personas espirituales que adhieren a tradiciones religiosas sin involucramiento institucional y por otra parte, viven los mitos antiquísimos otorgándoles vigencia actual. En el Pueblo de La Toma, hay sanadores y sanadoras, aunque las entrevistas realizadas fueron exclusivas a mujeres del Antigal.

JULIA GOMEZ: Ella tiene 78 años, comenzó a sanar desde los 15, ya que ella sintió desde muy pequeña que tenía un poder especial. Su familia se dio cuenta de ese don y la alentó. Desde muy joven aprendió a curar estas dolencias y enfermedades: “el empacho” que es un malestar generado por alguna indigestión, “la ojeadura” malestar en los ojos producido por numerosas miradas que quieren halagar generalmente a un bebé y en el caso de los adultos, producido por distintas personas que están hablando o pensando del mismo ser humano, quien comienza a sufrir un dolor en los ojos; “la culebrilla” que la ciencia académica asocia con cierto herpes, se visibiliza con granitos y ampollas en el cuerpo, generalmente en el torso, el saber popular está convencido que puede ser mortal pero saben que los sanadores del lugar tienen el don de curarlos. Julia relata que siente devoción por la Virgen de Lourdes y se encomienda a ella para sanar.


LEAN DEL VALLE MOYANO: Una joven del Pueblo de La Toma, proviene de los Moyano como de los Ayala, es decir, familias ancestrales del Pueblito. Lean es transgénero, una chica amable que también desde muy jovencita se dio cuenta del don que poseía para sanar. Ella relata que una señora que ya murió fue quien le enseñó las prácticas sanadoras. Sana el empacho, el hígado, la ojeadura, la Pata de Cabra, la Culebrilla, la insolación, los nervios, el mal de ojo, los parásitos y limpieza de casas; lo hace respondiendo a las prácticas ancestrales. Sostiene que fue sorprendente que al morir Susana, su amiga enterrada en el cementerio San Jerónimo, descubrió que al costado de su tumba se levantaba una imagen de San Antonio, santo del que era devota la difunta y también ella. Por ese motivo ella se encomienda a San Antonio, porque además es el santo del amor, y el don de sanar que tiene ella lo ejerce para el bien. El amor es la fuerza màs sanadora.


MAFALDA TAPIA: es del Pueblo de La Toma. Ella es conocida y querida por el barrio, desde siempre habita en la casa donde hoy vive. Tiene 84 años y dice que enriqueció los saberes que le enseñó su madre con el estudio de la metafísica. La casa de Mafalda está precedida de un patio inmenso cubierto por un enorme algarrobo y otros árboles frondosos. El terreno finaliza justo cuando se levanta el barranco y en el que según su testimonio había una casa de pirca y ramas cuyo padre le llamaba “la casa de los indios”. En ese patio quedan dos grandes trozos de pircas, que los antiguos vecinos, desconociendo su origen, le llaman desde siempre “la pirca de los indios”. En esa vivienda que tiene el encanto de lo ancestral, se la encuentra a Mafalda, rodeada de gallinas, gallos, patos, gansos, perros y muchos pájaros que son atraídos por ese encantador paisaje. La anciana es sanadora que invoca a los “ángeles del rayo verde” y le habla al sol como si fuera nuestro padre. Tiene el don de sanar muchos males. Una vez un papá desesperado llegó a su casa con su pequeño hijo entre sus brazos, el niño había caído al río Suquía y se moría, lo entregó en los brazos de Mafalda quien abrazándolo lo apretó algunas veces e invocó al creador, y “le salvó la vida”. Y así como eso, hay muchas anécdotas que se cuentan de ella. Mafalda está legando en su hijo Jorge el don de sanación.

EL COMUNERO REFLEXIONÒ SI ERA OPORTUNO PUBLICAR EL SIGUIENTE TESTIMONIO. DECIDIÒ HACERLO PORQUE ES PARTE DE LA REALIDAD DEL BARRIO AUNQUE OMITIENDO DATOS PERSONALES Y FOTOGRAFÌA. TAMBIEN RECOMIENDA ERRADICAR EL CONCEPTO DE BRUJA, YA QUE ESTIGMATIZA, ES INSULTANTE, MACHISTA Y PATRIARCAL.

NOEMI X: “Hay brujas malas y brujas buenas, yo soy de las buenas, “vuelo” pero para hacer el bien”. ¿Y que lleva a la gente a acudir a “las brujas malas”? “Recurren a ellas para destruir relaciones afectivas, para que le vaya mal a tal o cual persona, para atar o desatar amores, para vengarse de alguien con algún “maleficio”, o para eclipsar el mal que le hicieron al consultante en cuestión. Están emparentadas con el mal y por eso no son queridas. El dolor, el rencor, la envidia y la venganza motiva a algunas personas a visitarlas.  Noemí cura males de diversas dolencias físicas y psíquicas, ella dice ser vidente que tiene poder para decir “quien está perseguido” y quién no. Un comunero del Pueblito  manifestó haber encontrado en su casa una caja oculta que contenía tierra,  de inmediato ella infirió que esa tierra era del cementerio que era un mal hecho por una mujer que ya había fallecido. Ella afirma que en el barrio hay muchas brujas y dice: “Aquí cerca no más, vive la bruja más mala de todas las brujas”. 

EL COMUNERO

 

2.11.22

EL AMANECER DE LAS BESTIAS


Invierno de 1975. María Leticia de sobrenombre Lizi, vive en un asentamiento ancestral ubicado en el costado sur del Cementerio San Jerónimo, que, aunque los funcionarios le llamen tierras fiscales, para ella y su gente, es su territorio donde está su rancherío. Allí viven y allí mueren porque la miseria no es una opción. Como todas las noches se ha vestido con ropas que le ajustan el cuerpo y pronuncian sus formas; se ha calzado sus zapatos de tacos altos y se ha perfumado con un perfume costoso que le suele regalar un cliente. Su rostro maquillado y sus labios pintados: sale a la guerra.

Lizi está paseando por las veredas de La Cañada a la espera de un interesado. Ella es trabajadora sexual, aunque ese término no es de su época; las instituciones les dicen meretriz o prostituta pero ella se acostumbró a que la gente le diga puta.

Entre las sombras, como todas las noches, aparece una monja que trae un termo y vasos, convidando café a las chicas que tienen su parada allí, cerca de su convento. La religiosa se llama María Victoria y pertenece a una congregación cuyo carisma es “sacar” de la prostitución a esas mujeres. El café no es solo para aliviar la intemperie sino un modo de acercarse, crear confianza e invitarlas a los talleres matutinos que las monjas tienen en su casa. Muchas concurren a esos espacios y Lizi también. Allí aprendió peluquería. Pero esa noche la Hermana María Victoria necesitaba conversar con María Leticia otro asunto: la religiosa le dijo que iba a dejar la congregación porque la misma no le autorizaba residir en una villa miseria y ella quería vivir radicalmente el Evangelio. Ya tenía decidido abandonar su congregación y le pedía a Lizi que le hiciera lugar en el asentamiento. María Leticia le preguntó sorprendida: “¿y de qué vas a vivir?” a lo que María Victoria respondió “ya estoy designada como maestra en una escuela”. Una semana después, María Victoria, llegó sin hábitos al rancherío, y la comunidad informada de su historia le llamaba “hermana” aunque ella ya no pertenecía a la institución religiosa. Lizi la recibió en su rancho.

María Fernanda tenía 21 años y estudiaba odontología, pertenecía a la Juventud Peronista e iba con sus jóvenes compañeros a trabajar solidariamente en el asentamiento. Sus padres eran profesionales residentes en Villa Allende y adherían a un peronismo de izquierda educando a su hija en la libertad. Ahora esa libertad les dolía porque su hija les informó que tenía una decisión tomada: irse a vivir a “la villa”. Los padres se opusieron, pero ella no transigió y alentada por la experiencia de María Victoria la joven fue recibida por Lizi. Sus papás conociendo la historia de “la monja”, se aliviaron y resignaron pensando “ya se le pasará”. Queda claro que a María Fernanda no la impulsaban motivos religiosos sino ideales políticos generados por la bella utopía de la justicia social.

Las 3 Marías convivían en esa comunidad de excluidos, descartados no solo por la pobreza sino también por la procedencia étnica, ya que casi todas las familias provenían del Pueblo de La Toma. Esta experiencia no solo transformó la vida de estas mujeres, sino que transformó la convivencia de la comunidad. La gente del Pueblito las amaba y se sumaba a todo lo que ellas organizaban. María Leticia, la Lizi, líder amada del rancherío organizaba talleres de peluquería, María Victoria, realizaba apoyo escolar y María Fernanda alentaba a la formación de una cooperativa de trabajo. Las tres organizaban paneles en los que se trataba el tema de las comunidades indígenas y otros de alfabetización. Ya en confianza, algunas familias reconocían que sus abuelos les habían contado que eran comechingones del Pueblo de La Toma, que habían tenido muchas tierras y que se las habían quitado por eso ellos habían tenido que juntarse en ese lugar donde construyeron el rancherío.

Pero “la república feliz” estallaba en una “república perdida” el 24 de Marzo de 1976 cuando el país se informaba del golpe de Estado dirigido por los militares. La comunidad indígena no prestó atención a ese episodio, ya que a ellos en las diversas gestiones radicales, peronistas y militares, les había ido mal. No era un acontecimiento de ellos ya que la vida continuaba igual. No sabían que desde la obscuridad los estaban espiando desde hace algunos meses, no imaginaban que el mal tenga larga vista e informantes en todos los sectores.

Una noche de Junio la comunidad hizo un fogón y alrededor del fuego compartían testimonios, luego organizaron las actividades de la semana, y después de una breve guitarreada se fueron a dormir. La obscuridad en complicidad con el frio alentaba a refugiarse en los ranchos. Las 3 marías compartían una habitación grande. Las mujeres cuchicheaban en la obscuridad hasta que se durmieron.

Toda la comunidad estaba descansando, reinaba la calma, parecía una noche tranquila, pero con los primeros rayos del sol, el ruido de autos que ingresaban al lugar, gritos extraños sobresaltó a las familias. Iniciaron un allanamiento. Un oficial pelirrojo señaló un rancho a cinco de los asaltantes que inmediatamente procedieron; era la casa de Lizi. Dos de ellos quedaron en la puerta y tres entraron a la habitación. Cada uno se abalanzó contra cada mujer: un milico se arrojó contra María Fernanda que se defendió a las trompadas, un hombre y una mujer peleando duro, pero venció la fuerza bruta, la desmayó y la violó. María Victoria, arrodillada en la cama pedía a Jesús que la salvara, y suplicaba misericordia al salvaje que la miraba lascivo; en un momento se lanzó sobre ella que aterrorizada se desvaneció, también fue violada. María Leticia, tenía experiencia con maltratadores, desde la infancia había sido violada. Ella, la Lizi, no tuvo miedo, reaccionó antes que el atacante y le clavó en la cara el taco fino de su zapato; furioso el militar por el golpe inesperado, la estampó contra la pared. La comunera del Pueblito quedó atontada y ensuciada con la sangre de su violador.

Cuando las tres fueron sacadas del rancho, los carros de asaltos estaban llenos de comuneros. El oficial pelirrojo ordenó “a esas no las suban allí, métanlas en ese auto”, señalando un falcón verde. Subieron a María Victoria y María Fernanda, entonces el soldado preguntó: “¿a la puta también?” el oficial respondió “a esa perra también, esta mierda tiene que aprender, no amparar a subversivos”. Los carros de asalto arrancaron hacia las seccionales de Alberdi, mientras que el falcón arrancó con destino desconocido.

Durante la semana regresaron a la comunidad los que habían escapado aquella madrugada, los comuneros reclamaron sin éxito en las seccionales. La policía es mucho más agresiva con “los negros” con “los pobres” con “los indios”, durante el año fueron regresando, salvo aquellos que quedaron detenidos por antecedentes. De las tres María nunca más se supo…desaparecieron. Una sobreviviente de la dictadura dice haberlas visto en La Perla.

25.10.22

LOS ENAMORADOS



Doña Cruz de 95 años vivía muy cerca de la rivera sur del Suquía, kilómetros arriba, cuando el curso fluvial corre por la Quebrada de Bamba. Un día la fui a visitarla. Ella me recibió con amabilidad y timidez. Se trataba de una anciana muy humilde, que compartió conmigo, un jarro de mate cocido con un trozo de pan casero.

Le pregunté: “Doña Cruz… ¿cómo surge el río Suquía?” ella me mira, piensa y me responde “El río son las lágrimas sagradas del Gran Espíritu. Él se emociona con la belleza de la naturaleza, y en las altas montaña, llora. Sus lágrimas forman vertientes que se derraman por las laderas y se juntan cerca de aquí, donde nace el Suquía. Cuando aparecieron los primeros hombres, los comechingones, eran los preferidos del Gran Espíritu, pero los brujos se pusieron celosos y comenzaron a entretenerlo con cantos y cuentos para que no llorara y entonces comenzaba la sequía que hería y mataba a hombres, plantas y animales. Los comechingones, muertos de sed y hambre clamaron misericordia al Creador, éste los escuchó, se conmovió y mirando la tristeza de los hombres lloró y el río volvió a ser como antes. Pero los brujos en época de frio visitan al gran Espíritu y con sus relatos lo vuelven a entretener. La sequía regresa todos los años y es larga, causa estragos, por eso hay que suplicarle que derrame sus aguas benditas, Él siempre escucha y llora por nosotros”.

Algunas veces había escuchado sobre todo a los ancianos del Pueblito, que el río tenía que ver con el llanto de Dios. Otras veces me dijeron que era el canto de los brujos, también muchas veces escuché que el río era “Padre Sagrado”, por eso cuando oí el relato de Doña Cruz, relacioné los fragmentos moribundos de un mito amenazado por la invasión cultural. La fuerza de los mitos está en la sobrevivencia de sus creyentes. El trabajo de los recopiladores contemporáneos y de la tarea formadora, socializadora de los transmisores, tiene especial sentido cuando se orientan a preservar la memoria colectiva ancestral.

El mito es como una tela de araña, ésta puede ser desarmada por los vientos, pero sus hilos se reconstituyen con la sabia experiencia de su tejedora. El mundo actual y pluricultural, está lastimado por una hegemonía globalizadora. Aunque restituir las telas de araña son un desafío de nosotros, los comechingones.

Los padres ancestrales del Suquía son el Yuspe y la Punilla, Uno desciende desde Los Gigantes y el otra por las sierras altas, sus hijos mayores, el San Antonio y el Cosquìn fortalecen al preferido de la familia, al Suquía, que al entrar a la ciudad de Córdoba, lo espera el Arroyo Inchi Saldan. El Cacique Ichin Saldan le trae noticias de las sierras chicas. Cuando los exploradores españoles, conocieron al Suquía antes tuvieron que encontrarse con Saldàn, que les ofreció resistencia. Recuerda  L. Parodi en su recopilación de mitos, que “los comechingones sitiados por los españoles, se defendieron bajo la protección de Saldan, el Inchi Nahuan, pidió al Tacu (algarrobo) que los ayudara con alimentos. El árbol, comenzó a sacudir sus ramas, y cayeron sus vainas, sus frutos, que fortalecieron a los originarios y se prepararon para una larga resistencia”.

Pero el segundo encuentro del Suquía por su paso hacia el mar de Ansenuza (Mar Chiquita) era relatado por Don Ramón Aguilar Curaca del Pueblo de La Toma: “Cuando el río cruza por Villa Warcalde y hasta Alberdi, hay cavernas, algunas superficiales y otras túneles, casi todas son salamancas, cuando era niño, con mi papá pasamos por una que está a unos cien metros al oeste del Puente Turín. Y vimos que ingresaba un muchacho apodado Menache. Le preguntamos que hacía allí, y nos respondió -voy a aprender a tocar el violín-. En la salamanca contaba Menache, hay que sentarse en un sillón donde hay víboras y el diablo te enseña a cambio pide el alma. Menache se transformó en un eximio violinista y con el tiempo, murió seco. Claro, le vendió el alma al diablo”.

Cerca de las salamancas desemboca un célebre arroyo llamado el Infiernillo, es el lugar en el cual se escuchan cantos y música. Es el lugar donde los brujos entretienen al Gran Espíritu. El Infiernillo, es un arroyo corto, apenas si llega a dos kilómetros, pero tiene particularidades por las que el saber popular lo llamó infiernillo: su agua es salada y no tiene afluentes, aflora desde lo subterráneo, muy cerca del Tropezón y desemboca en el Suquía, cerca del Puente Turín y al lado de Villa La Favela, y aunque la gente del lugar trabaja con la basura y el cartón, no son la mayor amenaza del arroyo. El arroyo tiene un enemigo feroz, el desarrollismo inmobiliario que construye edificios torres que pueden alterar el curso de agua o destruirlo. Pero mientras tanto, las aguas saladas y la flora salvaje y nativa llegan hasta el Suquía. Los brujos le dicen al Suquía que ella, su novia lo está esperando. El Infiernillo queda atrás.

Ella sale a su encuentro. La llaman La Cañada. Así la llamaron los españoles en su idioma recordando las numerosas cañadas en España. No valoraron el nombre autóctono; se perdió para siempre. La longitud de este arroyo no llega a los 30 kilómetros. Nace cerca de Malagueño, en un lugar llamado la Lagunilla cuyo nombre indígena es Cochinta y se nutre de los afluentes de las sierras chicas y de las laderas de los montes cercanos. La Cañada es hija natural de Cochinta , y es un arroyo tranquilo, que como el Infiernillo nunca deja de traer agua. La Cañada en los 449 años de la fundación de Córdoba ha tenido una decena de crecidas desbordantes, cuyas aguas llegaron a la Plaza San Martín, ocasionando en todos los casos muerte y destrucción. El arroyo protestó hasta que la ciudad decidió embellecerla transformándola en un símbolo arquitectónico urbano. Azor Grimaut, quién se inspiraba en las tradiciones orales cuenta que el río informado de la belleza del arroyo, corrió veloz y cuando la vio engalanada de tipas, y con su vestido blanquecino, se fusionaron apasionadamente en un abrazo aquellos amantes ancestrales. Los enamorados nunca se separaron hasta llegar al mar de Ansenuza. En La Cañada, llora y se aparece sorpresivamente una persona, unos dice que se trata de una viuda cuyo marido fue fusilado en el calicanto, también dice que es un alma en pena y la llaman la Pelada, algunos sostienen que es una calavera, y otros que se trata de una hermosa mujer sin cabellera…esta última es La Cañada, suspira de amor por su esposo el Suquía.

EL COMUNERO

11.10.22

CEMENTERIOS DEL PUEBLITO


La memoria, tan importante para las causas y las luchas, está siempre amenazada por el olvido, por la muerte. Barrio Alberdi  conserva la memoria. El desafío es conservarla, registrarla, socializarla. ¡Cuántas veces he llegado tarde a conversar con gente anciana, testigos de tiempos idos! Cuando fui ya habían muerto.

Alguien me avisó, que una anciana sabía donde enterraban a los indios en el cementerio San Jerónimo. Se trata de Nilda Haydee Ramírez de 94 años de edad y concerté con ella una cita para buscarla a su casa y llevarla al lugar preciso del espacio que en el siglo XIX enterraban a los originarios del Pueblito. Nilda me esperaba impaciente desde una hora antes de la acordada. Ella tiene familia pero vive solita, se moviliza con andador y es muy lúcida. Reside a 4 cuadras del Cementerio. Subió a mi auto y me guió.

Los comechingones, conservaban fuerte, la relación con sus muertos. Los antiguos formaban parte de la familia, por eso los enterraban en la misma vivienda. Los difuntos, no se iban, se quedaban y se convertían en protectores del lugar. La sepultura en las propias viviendas fue la primera experiencia que vivió el Pueblo de la Toma. El español acostumbraba a enterrar a sus muertos al lado de sus Iglesias y esto abarcaba a todas las clases sociales, pero los pueblos aborígenes, alejados de la ciudad mantuvieron un siglo más las antiguas costumbres. Si bien el Pueblito quedaba a media legua de la ciudad, el arroyo La Cañada, zanjaba una distancia notable.

La presencia celosa de soldados y misioneros en las comunidades  aborígenes fue presionando a los originarios a entierros al estilo europeo y aunque los originarios residentes en la ciudad y los caciques del Pueblo de La Toma eran enterrados en las Iglesias de Córdoba, sin embargo la población indígena fue recurriendo a sus espacios sagrados para enterrar allí a los abuelos y abuelas. El Estado español permitía eso porque las Iglesias no eran suficientes para recibir una población numerosa y también por una cuestión de salud pública. Esos lugares sagrados preexistentes al Estado español, fue el lugar elegido por el Pueblo de La Toma para enterrar a los antiguos. Mediante la tradición oral, uno puede ubicar algunos de esos lugares, es decir lo que la oralidad permite. Guiado por esa oralidad, el Instituto de Culturas Aborígenes, logró ubicar uno de esos territorios sagrados, hallando pircas antiquísimas, morteros de tiempos idos y restos óseos humanos. Además recibió con respeto diversos testimonios de los vecinos acerca de creencias y experiencias vinculadas a la salud.

Dicho lugar está ubicado entre el río Suquía y calle La Rioja en dirección norte sur y desde la calle Aguirre Cámara hasta la Domingo Zìpoli desde el este al oeste; la Comunidad originaria y varios vecinos le llaman desde hace unos 10 años: el Antigal del Pueblo de La Toma. La oralidad en el barrio, fortalecida por los datos históricos presume otros antigales en barrio Alberdi, entre ellos en las manzanas del actual Centro Vecinal de Alto Alberdi La Toma que anteriormente se conocía como Club Tigre. También se supone otro en la calle Hualfin en las manzanas hacia el sur de la Isla de Los Patos y en las nuevas tribunas del Club Atlético Belgrano; asentamiento de los hualfines derrotados y deportados, liderados por Don Ramiro Chelimin en 1647 cuando la ciudad apenas tenía 74 años.

Con la creación del primer cementerio público, llamado San Jerónimo terminó definitivamente el entierro en los templos (salvo raras excepciones) y comenzó a ser lo habitual las sepulturas de los cordobeses en dicha necrópolis. Las clases pudientes comenzaron a construir opulentos mausoleos, las clases medias ubicaron sus difuntos en panteones refinados, las cofradías construyeron edificios con innumerables nichos y las familias empobrecidas en nichos periféricos de la necrópolis. La ciudad fue creciendo y se hizo notable la diversidad de cultos. El Estado liberal y las familias aristócratas identificadas con el catolicismo, veían con malos ojos el entierro de disidentes y agnósticos en el cementerio San Jerónimo, por lo cual la Municipalidad “recibió” mediante estafa “la donación” de un terreno colindante a la necrópolis para crear el Cementerio de disidentes llamado hoy El Salvador. Luego en 1956 desalojaron a las familias indigentes que vivían en la parte oeste del cementerio hacia la calle Mons. De Andrea. Las familias desalojadas eran antiguos comuneros de La Toma que quedaban sin tierra.

Me habían llegado varios comentarios acerca de que los indios del Pueblito eran enterrados en el siglo XIX en un sector del cementerio que con el correr de los años era un espacio derruido. Los testimonios orales indicaban siempre hacia la misma dirección pero sin precisar el lugar exacto. Hace poco, alguien me dice “Nilda conoce el lugar exacto donde se enterraban los indios en el cementerio”. Me puse contento porque conocía desde hace muchos años a Nilda y la sé una persona seria. ¿Quién es Nilda? Nació en el Pueblo de La Toma en 1924, se llama Nilda Haydee Ramírez, hija de Rosa Ramírez, nieta de Rita Arana e Hipólito Ramírez y su bisabuela “era una negra grandota cuyo nombre era Regina Ramírez”. Nilda, hija del Pueblito me lleva al lugar: “Mi abuela Rita me decía: aquí enterraban a los indios. Yo tenía unos 14 años y mi abuela tenía unos 65 años. Cuando le pregunté ¿dónde abuela? Ella me señaló el lugar. Es esta esquina, no había tapia en ese entonces en este lugar sino un alambrado que cubría buena parte de la plaza y también a estos eucaliptos que son más viejos que yo. Todo esto es el lugar donde los indios del Pueblito eran sepultados”. Nilda me había llevado hasta la esquina de la diagonal Mario Canale y Dr. Pedro Chutro. En esa esquina por dentro del cementerio, ahora hay un mausoleo de las hermanas dominicas de San José y también unos panteones viejos y muy humildes. Posiblemente estos han sido construidos sobre aquellas sepulturas indígenas.

A la memoria hay que registrarla a tiempo, porque de un momento a otro es sepultada en la muerte y el olvido. El Pueblito fiel, a su identidad originaria, reconoce que en la morada de los muertos, los antiguos viven.

EL COMUNERO


20.8.22

Presentación del libro RELATOS DEL PUEBLITO


Martes 23 de agosto - 19 horas - La Piojera (Av. Colon 1159)

Relatos históricos novelados. Narraciones en primera persona de la vida cotidiana del Pueblo de la Toma en los últimos cinco siglos. Realizado por el Centro de Investigación del Instituto de Culturas Aborígenes.

15.8.22

ABUSADORES CON ESMOKIN EN EL PUEBLO DE LA TOMA

 Cuando el Pueblo de la Toma fue obligado a aceptar las leyes de desarticulación de las comunidades aborígenes, mucha gente de poder se abalanzó para enriquecerse de una situación que desamparaba a los comuneros. Solo se citan algunas personas que se aprovecharon del negociado inmobiliario. Hay otros, pero todos estos son recordados como próceres que han legado sus nombres a calles, barrios y pueblos. Estos son los abusadores:

GREGORIO GAVIER: Senador nacional y Gobernador de Córdoba entre 1883 y 1886. Casado con la prima hermana de las esposas de Julio Roca y de Juárez Celman, pertenecía a la elite liberal de la ciudad. Su gobierno promulga en 1885 la ley de desarticulación de las comunidades y organiza el definitivo reemplazo de la posesión comunitaria de la tierra a la propiedad privada. Aprovecha para fortalecer su patrimonio familiar con la escandalosa compra venta que ampara su propia ley. Ya sea personalmente o por su testaferro Manuel J Paz se apodera de muchísimas propiedades, entre ellas las de los comuneros: Damiana Sosa, Cristian Moyano de 18 años, Gregorio Miguel Tablada y los derechos de niños como Jesús de 6 años, Justa de 10 año, Cirilo de 7 años, Aurelio de 4, Viviana Sosa, Gregoria Carranza de 6 años.  El Gobernador no pudo disfrutar de los lotes arrebatados, pues falleció 5 meses después que concluyó su gestión. Su encumbrada familia sí. Gavier se quedó con al menos 30 hectáreas.

RAMÒN J CÀRCANO: abogado y dos veces gobernador de Córdoba. Desde joven militó en política, convencido del liberalismo. Siendo ministro de gobierno, justicia y culto, escribió acerca de las tierras comunales indígenas, pero refiriéndose explícitamente al Pueblo de La Toma dijo: “estas comunidades son estanques de barbarie en medio de la población civilizada, se limitan a cultivar la tierra en la cantidad necesaria para asegurar su alimento durante el año…dividir la propiedad común y señalar a cada comunero el lote que le corresponde y si esto no es posible enajenarlo en remate público…” Él estaba convencido de ser la civilización y atrapó con sus garras las tierras de las  familias comuneras Garay y Bravo, Servando y Juana Sosa, Juan Sosa,  Ciriaca Romero, Nicasio Villafañe, Francisca Moyano de 3 años y Antonia Moyano de 1 año, a Ceferina Salinas, Francisco Sosa, Juana Soria, Tomasa Salinas, derecho de campo. Posesionó  25 hectáreas y enriqueció con la reventa “del estanque de barbarie”

ANTONIO DEL VISO: Gobernador de Córdoba entre 1877 y 1880, previamente participó del poder judicial y del poder legislativo. Su llegada al gobierno provincial favoreció al liberalismo. Él ya había afrontado juicios contra comuneros del Pueblito. Una vez promulgada la ley de 1885 se lanzó a quedarse con tierras del Pueblito y así lo hizo poseyendo las tierras de Gregorio Ontiveros, y los derechos de los niños Leonardo ,Rosario y Cecilia; Facunda Villafañe, Vicenta Ferreyra, Severa Oyala y de muchos otros. Se calcula que quedó por lo menos con 15 hectáreas.

AURELIANO BODEREAU: Perito agrimensor de mucha actividad durante el juarismo. Mensuró por encargo de la municipalidad y del gobierno diversos territorios como por ejemplo Villa Allende, Bº Yofre y otros. Hombre de confianza de los gobernadores Juárez Celman y Gregorio Gavier, se le confía la mensura y loteo del Pueblo de La Toma. Hacia mediados de la década del 80 es enjuiciado por el Banco Nacional de Liquidaciones, entonces se ve obligado a transferir las propiedades a su hijo Enrique. Mensura y valora los terrenos. Al concluir su tarea técnica comienza su negociado inmobiliario. Entre los comuneros de la Toma son presionados a venderle sus derechos territoriales: Teodora Villafañe, Anselma Villarreal, Bernardo Carballo, Ignacio Ortiz, Jesús Ontiveros,  Eduviges Villarreal y los derechos de su hijo Domingo de 2 años; les compra a Gualberto Bustos, Joaquín Salinas y en 1910 estas familias, dueños ancestrales, han quedado sin tierras. Se queda por lo menos con 10 hectáreas. 

CARLOS CASSAFFOUTH: Ingeniero argentino famoso por la construcción del dique San Roque. Llamado por el entonces gobernador de Córdoba para la construcción de dicho dique. Tras la construcción del dique San Roque fue detenido por artimañas de sus enemigos que cuestionaban el murallón contenedor del embalse. Su cárcel fue injusta y generó un aurea martirial sobre Cassaffouth. No obstante, el ingeniero consoló sus penas negociando de forma oportunista los terrenos “de los indios del Pueblito·”. Atraído por el negocio inmobiliario: compra lotes a los comuneros Alejandra Balbuena, Manuela Canelo, Pabla Canelo, Lorenza Carpio, Cruz Balbuena, Carmen Cuello de 12 años, Felipe Rosales, Rosario Ceballos, Francisco Cortés, Lucia Avalos y otros. Posiblemente 2 hectáreas.

Muchos otros compraron o tomaron tierras del Pueblo de La Toma, entre ellos ISMAEL GALINDEZ agrimensor del Pueblito, sabía lo que compraba y compró mucho, alrededor de 20 hectáreas, siendo que no contaba con poderío económico, ¿raro no?. Otro fue GIL SMITH, médico supuesto catedrático en Utrecht que el presidente había llamado y por ese momento deseaba integrar el claustro de profesores en la UNC, no se lo conoce con fortuna, pero sí que vendió y revendió 30 hectáreas ¿raro no? Y por último RAFAEL PICCININI también médico, se decía obstetra, y aspiraba enseñar en nuestra universidad, como el anterior es extranjero que desconozco su poder adquisitivo, pero puso la firma en casi 20 hectáreas ¿raro no?

EL COMUNERO