8.11.23

PRONUNCIAMIENTO DE COMUNIDADES CAMICHINGONAS

 Nota de Repudio para erradicar la violencia contra la mujer indígena y los pueblos originarios Pueblo comechingon de La Toma, Córdoba, Argentina.

La marginación política, social y económica que recibimos las mujeres indígenas contribuye a una situación permanente de discriminación estructural, que nos vuelve particularmente susceptibles a diversos actos de violencia prohibidos por la Convención Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) dispuestos para Prevenir, Sancionar y Erradicar la violencia contra la mujer indígena así como lo dicta la Convención de Belén do Para y otros instrumentos Interamericanos como la Recomendación General N°39 sobre los Derechos de las Mujeres y niñas indígenas del Comité para la eliminación de la discriminación contra la Mujer(CEDAW).
Expresamos nuestro máximo repudio al hecho ocurrido el día 11 de Octubre cerca del mediodía en el Monumento Himno al Sol en la Ciudad de Córdoba; con la Hermana y Autoridad Tradicional de la Comunidad Comechingon del Pueblo de La Toma, la Curaca Sra. Audelina Saavedra, dónde el Sr. Marcelo Ariel González (Escritor de la Editorial Yammal Contenidos) sin ningún motivo, se acercó a la ceremonia dónde se encontraba la Comunidad, y lanzó sus agresiones violentas y ofensivas como consta en la denuncia realizada ante el Instituto Nacional contra la discriminación, xenofobia y racismo (INADI).
Invitamos también a una disculpa pública de la Editorial Yammal Contenidos para no abalar el comportamiento poco ético de dicho autor de su editorial.
“De pie y con la frente en alto, desplegándose en toda su dignidad. Así se para una mujer indígena empoderada para hacerle frente a la discriminación y la violencia, para decir basta al trágico impacto de las industrias extractivas y otros proyectos de desarrollo en sus territorios ancestrales. Su identidad es lo que la define como colectivo”*.
*Portada de CIDH Y OEA, “las mujeres indígenas y sus derechos humanos en las Americas”.
Apoyan:
Comunidad Indígena Plurietnica del Chavascate
Comunidad Hijos del Sol Comechingón Pj.N°: 088
Comunidad Sanavirona Saldan Inchin
Comunidad Plurietnica Paravachasca Villa Ríe
Comunidad indígena Tai Pichin
Comunidad Paravachasca del Pueblo Comechingón
Comunidad indígena Luisa Campos Maldonado del Pueblo Camiare Comechingón
Comunidad La Toma del Pueblo Comechingón
Comunidad Henen Timoteo Reyna del Pueblo Camiare Comechingón.
Comunidad Indígena Sanavirona Kasik Sacat
Lof Werken Kurruf, Las Palmas.
Comunidad La Unión del Pueblo Comechingón.
Comunidad Ctalamochita Pueblo Nación Comechingón Villa Nueva Pj N°: 833/14.
Comunidad Indígena Comechingón Sanavirón Cerro Colorado. (EN ESPERA)
Comunidad Indígena Tulian Pj: N°:064.
Comunidad Ticas del Pueblo Comechingón Pj: N°111.
Comunidad Valacta de La Cumbre.
Celeste y Meliño Familia Tulián.
Las Tunas. Comunidad Indígena de Cosquín. Perteneciente al Pueblo Kamiare Comechingón
Comunidad Canchira de Salsipuedes del Pueblo Comechingón.
Organización Indígena Cultural Zonko Kuntur.

27.2.23

LA MAZAMORRA DEL SUQUIA

El Pueblo de La Toma, agredido cruelmente en las últimas décadas del siglo XIX, amenazado de exterminio, desalojado  y reprimido, es golpeado por las leyes de desarticulación de comunidades aborígenes [1]. Pero El Pueblito decide seguir viviendo. Les han quitado lo más valioso: las tierras comunales, pero no han podido privarles de su territorio en el que permanecen de pie. Muchos elementos culturales del ayer remoto siguen vigentes en ese presente injusto, entre ellos la mazamorra; “la mazamorra sabes es el pan de los pobres y leche de las madres con los senos vacíos, yo le beso las manos al Inca Viracocha, porque inventó el maíz y enseñó su cultivo” [2]

Siglos antes de la llegada europea al territorio del Suquía la mazamorra andaba de vajilla en vajilla saboreada por nuestros antepasados, y allí como siempre pero sobretodo en los momentos de escases estaba presente ella para alimentar al Pueblito.

Este relato se funda desde el testimonio de mujeres que hoy tienen entre 80 y 95 años [3], aunque la pregunta que responde cada una es la siguiente: ¿Usted recuerda como cocinaba su abuela la mazamorra? Y ellas remontándose a su niñez responden con alegría y nostalgia [4]. El gran detalle es la coincidencia en el relato de cada una, motivo que favorece la reconstrucción acerca de cómo se cocinaba la mazamorra en el Pueblo de La Toma en el siglo XIX y deducir que aquellas aprendieron de sus madres y abuelas en tiempos idos.

La experiencia de “las antiguas” del Suquía: “El choclo es desgranado, y los granos molidos en el mortero de madera, mejor de quebracho, con la “mano” de piedra, bronce o madera, luego se lava lo molido y se deja en agua desde la tarde anterior. Se hace el fuego con leña o carbón ya sea en el brasero o dentro de un círculo de piedras. Se tira el agua del remojo y se pone el maíz en la olla nuevamente con agua sobre el fuego. Cuando hierve, hay que sacarle algunas brasas para cocinarlo a fuego lento durante dos hora y media. Mientras se cuece, se extrae cenizas de las brasas y se las pone en un jarro con agua fresca hasta que desciendan a la base, entonces se cuela el agua y se coloca esta “legía de cenizas” en la mazamorra que va cocinándose. Cuando el maíz está blando, “cremoso” se saca del fuego la olla y ya está para ser servida caliente o fría”.

El comentario de las actuales ancianas del Suquía: “en lo básico no ha cambiado esta comida, solo los artefactos y algún ingrediente: Hoy la mazamorra se hace en la cocina a fuego lento, se puede triturar el grano con el molinillo o la moledora, en lugar de legía de cenizas se usa el bicarbonato, ya que ambos elementos tienen la finalidad de ablandar el grano, el tiempo de cocción es el mismo. Desde hace décadas atrás -cuando éramos niñas- hay quienes le ponen azúcar o también miel para endulzar la mazamorra. Actualmente la seguimos comiendo en casa, aunque no con la frecuencia de antes. Nuestras hijas saben cómo se cocina y nuestros nietos al menos la conocen”

Desde la sociedad colonial y mucho mas con la inmigración europea de finales del siglo XIX y comienzos del XX, en el espacio urbano la mazamorra fue transformándose en postre, generalmente endulzada con azúcar, miel, crema, o caramelo líquido también fue convirtiéndose en guarnición, por ejemplo, del asado, pero en este caso se mantuvo la mazamorra sin ingredientes.

Me llama la atención que las ancianas entrevistadas relacionan esta comida a la mujer, no así el asado, por ejemplo. Puede tratarse de resabios de culturas patriarcales, pero quiero pensar que en este caso no es eso, es una relación femenina ente la cocinera y la comida, quiero pensar que la mazamorra se entiende con la mujer y màs si ésta es abuela. La mazamorra es socializadora como lo es la mujer en cualquier sociedad. “Todo es hermoso en ella, la mazorca madura, que desgranan en noches de vientos campesinos; el mortero y la moza con trenzas en el hombro, que entre los granos mezcla rubores y suspiros”…“Hay ciudades que ignoran su gusto americano y muchos que olvidaron su sabor argentino, pero ella es siempre lo que fue para el Inca, nodriza de los pobres en el páramo andino” [5]

 EL COMUNERO



[1] Leyes provinciales de 1881 y 1885, alentadas por la política indígena del gobierno nacional.

[2] Del poeta Antonio Esteban Agüero en su poema: Digo la mazamorra

[3] Irene González, Gladys Rodríguez, Inocencia Carrazana, Teresa Toledo y Brígida Romero.

[4] Cornelia Tejeda (1865 – 1960), Sara Bustos (1884- 1962), Laurentina Carrazana (1880-1973), Manuela Sánchez (1870-1975: falleció a los 105 años) Minina y Tita Gonzales ya fallecidas.

[5] Antonio Esteban Agüero: “Digo la mazamorra”

20.2.23

MIGUEL DELLAVALLE: COMUNERO, CAMPEON Y PIRATA

Una multitud de porteños, lo aclama, Miguel Dellavalle ha sido el artífice del triunfo argentino. La selección nacional es ovacionada por la Argentina que ha logrado por primera vez convertirse en campeona del certamen sudamericano, llamado actualmente Copa América. Miguel Dellavalle es tapa en varios diarios del país, porque el público le adjudica el triunfo. Se convierte en ídolo nacional, es decir en una persona amada con pasión. Este comunero fue el primer ídolo argentino en el fútbol nacional.

Un italiano llamado Gaetano Dellavalle llega al país, está empobrecido y como todo inmigrante busca un porvenir, pero no se queda en la zona agraria, viene a Córdoba y consigue un lugar en el Pueblo de La Toma pocos años antes de la desarticulación de la comunidad. Comenzaba la década de 1880, tiempos infames para el Pueblito[1]. Viviendo en la Comunidad conoce a Rosalía Sánchez, nieta por línea materna del bravo cacique Don Valentín Suarez, que compartía con los Curacas principales: Don Félix Cortés, Don Lino Acevedo y Don Gregorio Cortés.

El Pueblito no le decía Gaetano sino Cayetano[2]. Cayetano Dellavalle, a los dos años de vivir en nuestro territorio se enamoró de Rosalía y se casó con la comunera. El matrimonio tuvo siete hijos: Cayetana (1884), Petrona (1888) Adela (1892), Rosalía Teresa (1894), Aurora (1896), Miguel (1898) y Pedro Luis (1899 fallecido a los pocos días de nacer). La familia fue formada cuando el lugar no se llamaba todavía Pueblo Alberdi, sino conservaba el nombre ancestral: Pueblo de La Toma.[3]

Cuando fue fundado el Club Atlético Belgrano en 1905, Miguel caminaba hacia los 7 años y ya le gustaba el futbol, pero a los 16 años, es decir en 1915, jugaba en la tercera del CAB. Escuchemos a Miguel, apodado para ese tiempo “El Negro” en una entrevista periodística: “Me inicié en el Club Belgrano en 1915 debutando en la tercera división en el puesto de centro half y anoté un gol. Ascendí enseguida a la segunda, ganando un campeonato de división. A fin de año fui promovido a primera, en la que, durante el verano de ese año, disputamos y ganamos un campeonato. Desde entonces seguí actuando en primera, habiendo sido designado invariablemente en la liga cordobesa”[4]

En 1920 “el negro” Dellavalle fue integrado en la Selección Nacional Argentina. Su primera actuación en el seleccionado fue contra Uruguay, en el que nuestro comunero deslumbró dando un espectáculo que enamoró a la tribuna. Un solo error “explicable”, acostumbrado al celeste de Belgrano, después de dejar atrás a dos rivales, le alcanzó la pelota al primer habilitado, que resultó un uruguayo con su celeste camiseta nacional. No obstante Argentina ganó. Otra destacada actuación fue en el sudamericano en Chile, cuando el negro, abrió el torneo con un golazo en el ángulo izquierdo del arco rival, pero fue en Buenos Aires en el 2021 cuando el seleccionado argentino se alzó con la copa continental. Dellavalle descolló, toda Argentina se sentía orgullosa del jugador, sobre todo Córdoba, Barrio Alberdi, y por supuesto El Pueblo de La Toma. Pero en el sudamericano en Rio de Janeiro comenzó la declinación de nuestro comunero: sufrió una seria lesión en la rodilla, de la que no se recuperó y fue reemplazado en la selección argentina, de la cual finalmente se retiró cuando tenía 23 años.

Intentó sin éxito en el tenis y la esgrima. El público que lo vitoreó hasta el frenesí, lo fue olvidando. Volvió a vivir al barrio, residía en la calle que después se llamó Enfermera Clermont al 700 y lo asaltaban ataques de depresión, situación que se hizo irremediable después de la muerte de su madre Rosalía Sánchez. Pongamos atención en las palabras de un sobrino suyo, Alfredo Dell Aringa[5]: “El Negro era un flor de tipo, no le gustaba mucho hablar de su ciclo de futbolista, lo recuerdo como un tipo muy amigable y derecho en un montón de cosas. El único defecto que tenía era el trago, un vicio bastante común en esa época. El siempre tenía justificación para mandarse unas copitas. Cuando ganaba se chupaba para festejar y cuando perdía lo hacía para calmar las penas”[6]

Habiendo perdido su popularidad, deprimido por el desencanto y el olvido, sufriendo el deceso de su madre, de quien era su preferido por ser el menor y “el único varón” dio rienda suelta a su alcoholismo. Quienes lo seguíamos amando además de su familia, era su comunidad de La Toma, para ese tiempo obligada a la invisibilizaciòn, nosotros sus vecinos, seguíamos admirándolo y nos lastimaba su situación. Un día de noviembre, estando en su casita en el barrio, puso su revólver Éibar calibre 32 en su cabeza y se disparó, quedando gravemente herido y en estado de coma hasta que falleció el 22 de noviembre de 1932.

La Comunidad del Pueblo de La Toma, sintiendo a Miguel Dellavalle como propio ya que desciende de luchadores del Pueblito por su cultura y territorio, espera con este aporte colaborar con todos aquellos que lo reivindican y quieren “desenterrarlo” del olvido. Este hermano comunero, pirata y campeón, lo merece.

EL COMUNERO


[1] En 1881 y 1885 son promulgadas las leyes de desarticulación de las comunidades aborígenes. En 1886 son desalojados y en 1888 después de la distribución de lotes, comienza un alocado remate.

[2] Así figura en las actas bautismales de sus hijos en el Archivo del Arzobispado de Córdoba.

[3] El Club Atlético Belgrano nace el 19 de Marzo de 1905, cuando el territorio se llamaba Pueblo de La Toma. Cambiará de nombre por Pueblo Alberdi en Septiembre de 1910.

[4] La Voz del Interior edición de28 de Noviembre de 1921

[5] Alfredo Dell Aringa es hijo de Alfredo Dell Aringa y de Rosalía Teresa Dellavalle (hermana de Miguel)

[6] Referencia recordada por Gustavo Farías. Periodista de La Voz del Interior.

13.2.23

UN TRAIDOR EN EL PUEBLO DE LA TOMA

                                                                                                 

1628. Ramiro marcha presidiendo la delegación de los valles calchaquíes que va a presentarse ante el nuevo gobernador, don Felipe de Albornoz, conocido por su política de sometimiento indígena. El papá de Ramiro, Don Juan Chelimin cacique de los hualfines y abaucanes decide no cumplir con esa formalidad y no presentarse ante el odiado funcionario. Ramiro insiste en representar a su padre y los curacas de los valles convencen al Cacique que autorice al muchacho presidir la delegación.  Ramiro con solo 16 años marcha al frente de la comitiva de paz; va con atuendos distinguidos y una vincha con diadema sujeta sus largos, lacios y renegridos cabellos.  Don Juan de Albornoz, no los deja hablar, se acerca al muchacho presentado como el hijo del Cacique Don Juan Chelimin, lo abofetea y luego lo somete a la màs drástica humillación para un aborigen: “lo mocha”, es decir le corta los cabellos con cuchillo y después hace lo mismo con toda la delegación, ordena azotarlos y los expulsa de la ciudad[1]. La comitiva regresa escupiendo  rabia. Ramiro vuelve en silencio, no sale del desconcierto vivido. Los curacas regresan furiosos a sus comunidades y Ramiro observa el rostro indignado de su padre quien lo abraza con fuerza, luego en los brazos de su madre doña María Utimba, llora. El gritos de guerra se escucha en muchas comunidades, y llega el primer ataque para detener al encomendero don Juan Ortiz y Urbina, que informado se acerca a una mina de oro que estaba buscando. El Cacique de Malcachisco los ataca matando a los exploradores españoles y cautivando a las 4 hijas del encomendero[2]. A Don Juan Chelimin le sigue una veintena de curacas y doce mil guerreros.

El Cacique de Yocavil, de nombre Utimba, era uno de los principales sublevados, padre de la esposa de don Juan Chelimin. Un sobrino suyo, Sebastián Utisa Mallo, pariente de los caciques Uti, silencioso desde las sombras se disgusta por la rebelión y toma partida por el invasor. Los admira y busca ser valorado por ellos. Su afán de riqueza y poder lo lleva a ser aliado de los usurpadores. Al principio actúa entre los suyos como espía, descubierto huye y organiza una tropa de “indios amigos”[3], que junto al ejército español ataca comunidades rebeldes; traiciona y entrega a Don Juan Chelimin, quien es ahorcado y descuartizado por los españoles.

Don Ramiro Chelimin, primogénito del asesinado, lo sucede en el cacicazgo. Con la muerte de Don Juan, Sebastián Utisa Mallo se fortalece, ataca, castiga y masacra a los rebeldes, y ayudado por los españoles derrota militarmente a Don Ramiro. La comunidad hualfin es deportada a Córdoba y a la cabeza de los deportados, marcha Don Ramiro Chelimin, amado y reconocido por los suyos. Los Jesuitas ceden en préstamo terrenos al Cabildo para que residan los hualfines: al norte de la Quinta Santa Ana y al sur del Suquía, donde hoy se encuentra el Hospital Nacional de Clínicas, La Escuela Manuel Belgrano, la ex cervecería Córdoba y el Club Atlético Belgrano. No es casual que una de las calles del lugar se llame Hualfin. Los hualfines forman familia con los camichingones y en poco tiempo, Don Ramiro Chelimin Curaca del Pueblo de La Toma goza de prestigio.

Mientras que Sebastián Utisa Mallo continúa con sus andanzas: fortaleciendo lazos con los sectores de poder hispánico. El Obispo Melchor Maldonado y Saavedra visita a las comunidades no sublevadas cerca de La Rioja, Utisa Mallo llega una tarde y le informa al Obispo, que esa noche lo atacarían y lo convence para huir en caballo, acompañándolo hasta La Rioja; efectivamente esa noche los rebeldes atacan la misión. En Septiembre de 1645, Utisa Mallo se presenta ante el Cabildo de La Rioja junto a una decena de originarios “pidiendo perdón por los delitos de sus hermanos sublevados y protestando vasallaje” era el culmen de una historia de traiciones.

En 1650, Sebastián Utisa Mallo se presenta  ante la justicia cordobesa, solicitando el curacazgo del Pueblo de La Toma. Sostiene que “me pertenece esta comunidad ya que estoy dispuesto a dar la vida por España, y que luchando “contra los indios” puse muchas veces en peligro mi vida. Don Ramiro es hijo del cruel y perverso Juan Chelimin, mientras que el  Gobernador me hizo Cacique y Alcalde Mayor del Pueblo de La Toma compensando mis servicios a la corona. Cuidaré que los indios de La Toma, paguen sus impuestos y realicen sus servicios”. Mientras que Chelimin se presenta a los tribunales diciendo: “Don Ramiro, Cacique principal y legítimo”. Este expediente judicial queda truncado ya que se perdieron o sustrajeron la parte final del proceso[4]. Sospecho con fundamento que la familia Villafañe tiene parentesco con Ramiro Chelimin[5]. Los archivos favorecen la afirmación, que Utisa Mallo y su familia se fueron de Córdoba a San Juan “sintiéndose” cacique hasta su muerte.[6]

La traición ha sido una constante en la historia de las resistencias indígenas. La sed de poder y riqueza o los sentimientos de cobardía y comodidad estimulan estos actos indignos que tienen vigencia actual. Muchas veces los gobiernos disponen espacios no de participación y decisión sino de control y censura. No digo que no hay que relacionarse con el Estado sino no entrar en connivencia con él. En fin…el poder siempre atrae a los traidores.

EL COMUNERO


[1] Pedro Lozano “Historia de la Conquista del Paraguay”. Sacerdote cronista de la conquista.

[2] Aníbal Montes. El Gran Alzamiento Calchaquí pp. 109-110

[3] Los españoles y criollos llaman “indios amigos” a los originarios colaboracionistas del régimen

[4] AHPC Escrib. 1 Leg. 94 exp. 7

[5] AHPC Escrib. 1 Leg. 98 exp 14

[6] AHSJ Caja 4 Cap. 24  F. 6

9.2.23

LINEA DE SUCESIÓN DE LOS CACIQUES DEL PUEBLO DE LA TOMA

DESDE ANTES DE 1573 A 1616: Los caciques de diversas comunidades camichingón y sanavirón del territorio del Suquía  que fueron registrados en diversos documentos son: Chilisna, Cantacara, Suquiana, Suquiman, Socomannawuan y posiblemente hubo un Nawan principal llamado Suquía.

DESDE 1616 A 1660: son registrados aunque encomendados, Algasnavira, Humala Constanza, Miguel Constanza. En 1647, Existe una disputa judicial por el cacicazgo del Pueblo de La Toma entre Don Ramiro Chalimin y el traidor Sebastian Utiza Mayo, El Pueblito actualmente reconoce a Don Ramiro.

HACIA 1670:    MARTIN DE IQUIN – MICAELA OGPACHA

                                                  Hermano            

1673 - 1698:    FRANCISCO CHILAMAI – TERESA                                       

                                                  Sobrino

1698 – 1725:      LUIS DE IQUIN – BERNARDA

                                                 ⇩ Hijo

1727 – 1763:      PEDRO DE IQUIN – MARIA CONSTANZA

                                                 ⇩ Hijo

1763 – 1800:       JOSÈ ANTONIO DE IQUIN – DOLORES CANELO

                                                 ⇩ Hijo

1800 -1803:          JOSÈ DOMINGO DE IQUIN – CANDELARIA ROSALES

                                                   Tío

1803 – 1804:         JUAN DE DIOS DE IQUIN – MAGDALENA BUSTOS

                                                 ⇩ Sobrino de José Antonio De Iquin

1804 – 1829:         JUAN DE DIOS VILLAFAÑE – UBALDA QUINTEROS

                                                  Hijo

1830 – 1854:          MANUEL GERVASIO VILLAFAÑE – MODESTA SALINAS

                                                 Hermano

1854 – 1859:            FRANCISCO DEL ROSARIO VILLAFAÑE – JOSEFA ORTIZ

                                                 Nieto de Juan de Dios Villafañe

1860 – 1875:             FÈLIX CORTÈS – MERCEDES SALINAS

                                                 Primo

1875- 1901:               LINO ACEVEDO – SUSANA SOLÌS

                                                Hijo de Manuel G. Villafañe

1901 – 1930:              BELISARIO VILLAFAÑE – TEODORA ROMERO

1930 – 2008:              CURACAS OCULTOS, ENTRE ELLOS JULIO CLETO VILLAFAÑE

                                                Hijo

2007 – 2011:               RUBEN VILLAFAÑE – GLADYS AYALA                                 

                                                Hermana

2011 -  2021:              TERESITA VILLAFAÑE- RICARDO VILLAGRA

2008 -  2016:              RAMÒN AGUILAR

2008 – 2021:              ARGENTINA ACEVEDO (VIUDA)

2022 – continúan:     SERGIO FERRER ACEVEDO

                                      AUDELINA SAAVEDRA

                                      GABRIEL VILLARREAL 

* Todos estos datos fueron extraídos del Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba y las citas están publicadas en el Libro ABORIGENES DE CÓRDOBA CAPITAL realizado por el Centro de Investigaciones del Instituto de Culturas Aborígenes.

                                      

6.2.23

EL CACICAZGO EN EL PUEBLO DE LA TOMA

El 18 de Abril de 2008, en vísperas del día del aborigen americano, en un acto público en uno de los predios del Cabildo de Córdoba, la Comunidad Comechingón del Pueblo de La Toma -nunca desaparecida pero si invisibilidad por el sistema- constituyó su rearticulación. Bajo el lema de aquella expresión del Cacique Lino Acevedo “DONDE HAY CURACA HAY COMUNIDAD”, los comuneros del Pueblito proclamaron sus autoridades en una emotiva ceremonia con nutrida concurrencia de la sociedad y la presencia de medios de comunicación.

Algunas personas de otras comunidades originarias o del ámbito académico local cuestionan que llamemos “curacas” a nuestras autoridades, porque es una palabra que proviene del quechua y fue usada por los conquistadores que generalizaron el término en la región andina Sudamericana para designar a los jefes de las poblaciones aborígenes.

En ambas parcialidades camichingón existen términos para designar a nuestras autoridades, en “henia” se los denomina NAGUAN o ACAN NAVE mientras que en la “camiare” se les dice NAVE o NAVIRA, inclusive las comunidades sanavironas con las cuales convivíamos en el momento de la conquista española, los designaba charaba.

¿En 2008 no teníamos esa información? Por supuesto que siempre estuvimos informados de esos términos, pero cuando decidimos la rearticulación de nuestra comunidad del Pueblo de La Toma, abrimos un debate sobre este asunto, y por unanimidad decidimos continuar la denominación interrumpida hace poco, en 1930, con el fallecimiento de Don Belisario Villafañe quién intencionalmente apodaba “curaca” a su hijo mayor Juan. Mientras que muchas de las actuales comunidades originarias de Córdoba sufrieron la desarticulación bastante tiempo antes que nosotros e interrumpieron la línea de sucesión de sus autoridades en otros siglos; hoy cuando vuelven a re-articularse, no tienen nuestra experiencia familiar acerca del término curaca que nuestros caciques proclamados en el 2008 recibieron de sus padres biológicos el uso vigente de dicho término. Las comunidades que hoy llaman Naguan a sus autoridades han tenido una decisión válida, legítima, apoyada por los archivos de nuestra ciudad y por los libros de historia. Hace poco, salió ocasionalmente este tema en presencia de los nuevos “caciques”, y los jóvenes decidieron continuar con la tradición del Pueblito.

También somos conscientes que la palabra “cacique” proviene de las culturas tainas en el Caribe y los conquistadores impusieron en toda América desconociendo las distintas estructuras políticas pre existente a la invasión europea. La palabra cacique como curaca han sido re-significadas por el proceso socio histórico del Pueblito. Posiblemente haya argumentos válidos en quiénes cuestionan nuestra terminología, aunque esperamos comprendan  nuestras razones. Confiamos que hay mucho tiempo por caminar y que es enriquecedor que el “asunto” no quede abierto.

El Pueblo de La Toma también ha tenido caciques mujeres como en el siglo XVII Doña Teresa y Doña Bernarda De Iquin o en el pasado reciente Doña Teresita Villafañe y Doña Argentina Acevedo, o actualmente Doña Audelina Saavedra.

Con motivo del fallecimiento de Don Lino Acevedo, el diario Los Principios en su edición del 22 de Agosto de 1901 informa su deceso escribiendo “…Acevedo ha sido en su tiempo curaca, que es lo mismo que capitanejo de la comunidad indígena del Pueblo de La Toma, en este municipio.”  ¿Qué significa un curaca, un Naguan, un charaba, un cacique para nosotros? Ciertamente no es un capitanejo, es algo superior y va màs allá de jefe tribal. Sostenemos lo dicho por Don Lino Acevedo: “donde hay curaca hay comunidad”, es decir, no es un simple referente, sino es expresión visible de nuestra comunidad. Se trata de una persona en quién los comuneros nos sentimos representados. Aquel o aquella, cuya vinculación con el territorio lo hace sabio y su amor por la comunidad, intrépido. No se trata de ejercer un paternalismo, sino tener la capacidad para “poner el pecho”, “dar la cara” y “tirarse al agua”, cuando las circunstancias y la realidad lo ameriten.  Nuestra espiritualidad es clave para ejercer su rol como curaca, en ella bebe y entonces sabe lo que tiene que hacer.

EL COMUNERO

 

30.1.23

NEGRITUD EN EL PUEBLITO

Después de meses de travesía por el Atlántico, llegan ellos, enjaulados y hacinados en los barcos negreros, ensuciados por sus orinas y materias fecales, empapadas por su menstruación, muchos de ellos y ellas prefieren largarse al mar para liberarse; por eso varios vienen encadenados, y todos por las noches enjaulados. Estas personas han sido cazadas por los esclavistas o trocadas por telas y artefactos. Llegan heridos y hambrientos; llegan embarazadas, hombres y mujeres jóvenes. Vienen del África y llegan a muchos puertos de América, incluidos aquellos clandestinos como Buenos Aires. Llegan los esclavizados y la mayoría que son bajados en el Río de La Plata vienen de Angola.

Desde Buenos Aires son trasladados para ser rematados en diversas plazas, una de ellas es Córdoba. En 1580 el cabildo de la ciudad abrió el comercio esclavista, pero poco tiempo antes, se le adelantó el Obispo del lugar, Don Francisco de Victoria, ávido de riquezas y compró ilegalmente africanos en Salvador Bahía, de allí que pasa a la historia como el primer comerciante negrero de Córdoba y del país.

El Pueblo de La Toma reside al otro lado de La Cañada,  quedan sorprendidos de la “gente distinta” y perciben que el trato que se les da es peor que al de ellos. También comenzaran a compartir el territorio, ya que algunos de los recién llegados son traídos a la chacra de las catalinas, y a la quinta Santa Ana de los jesuitas. Además los encomenderos comienzan a adquirir esclavizados y el Cabildo hace trabajar a “indios y negros” en la ciudad.

El Pueblito desde el principio comienza a relacionarse con ellos, más allá de la diferencia idiomática pero ambos sectores entienden que en el sistema hispánico son oprimidos. Los comuneros de La Toma traban amistad con aquellos angoleños y nace la amistad, los afectos, también la necesidad de compartir la opresión, la solidaridad y la esperanza. Atraídos por la fuerza de la naturaleza y del amor, brotan proyectos de vida en común. La prohibición social acerca del matrimonio de blancos con “indios” o “negros” no existe para los oprimidos. Hay una diferencia ficticia pero legal: los originarios son “libres” mientras que los africanos no, por ese motivo el casamiento es también un pasaje a la libertad de la descendencia.

Del 8 de Mayo al 7 de Junio de 1653 se produce una rebelión de indios y de negros en el Pueblo de La Toma. El cabildo los hizo trabajar reparando  las acequias que llevan agua del Suquía a la ciudad y les ha prometido pagarle dos reales. Concluida la tarea, el empleador no cumple lo pactado, a nadie paga dos reales, algunos reciben uno y otros ninguno, entonces reaccionan y deciden destruir lo reparado, luego huyen a los montes del Pueblito. Al mes el Cabildo captura a la mayoría de los sublevados y castiga con azotes a los líderes de la insurrección. El Pueblo de La Toma vive una experiencia inolvidable: el compartir los sufrimientos no es suficiente, es necesario atreverse a involucrarse en la lucha por la libertad y la justicia.

 En 1764, uno de los grandes caciques del Pueblo de La Toma, don José Antonio De Iquin, contrajo matrimonio con una afrodescendiente, doña Dolores Canelo pero fallecido el Curaca, su hijo Don José Domingo, amado por el Pueblito, es rechazado por el Cabildo y el Virreinato por “mancha de sangre” y entonces será reconocido Cacique don Juan de Dios Villafañe, sobrino del difunto que “venía de indio e india”. Las diferencias de castas son del sistema no del Pueblo de La Toma.

Desde el siglo XVIII al XXI “la negritud” es parte constitutiva del Pueblito, muchos comuneros tienen en sus ancestros ambas raíces. Hoy en día, hay gente de la comunidad que recuerda que los abuelos “vienen de negro y el otro de indio”. El censo que organizó el Marqués de Sobremonte en el Pueblo de La Toma a fines del siglo XVIII,  resultó que si bien la mayoría era originaria, había varios afrodescendientes  y el dato curioso es que se registra viviendo en el Pueblito una mujer blanca.

Además de la convivencia étnica, los unió la espiritualidad, ya que los unos y los otros, sentían devoción por el padre río, por la tierra, por el territorio, por las lluvias. La naturaleza los hermanaba más allá de las malas intenciones del sistema. Originarios y afrodescendientes coincidían en una fuerte relación con los espíritus, con los aparecidos y con los antiguos. Hoy casi 5 siglos después, en La Toma, los ancestros de ambos tienen notables coincidencia. Aunque eso sucede con los diversos pueblos aborígenes. Pensar hoy en una raza pura es hitlerismo.

El Pueblo de La Toma, que sigue siendo “lugar de encuentro”, sabe que la esperanza en un nuevo porvenir  se sostiene desde las causas y las luchas, esas si son cuestión de piel. Hay futuro por construir, opresiones y avasallamientos que resistir. No hay diferencias de “negros y de indios” el Pueblito es una comunidad en la cual somos comuneros aunque actualmente seguimos engrosando la lista de los excluidos. Hoy como ayer, debemos permanecer unidos a los políticamente avasallados, a los económicamente explotados, a los culturalmente alienados.

                 “Comunidad renacida del Pueblo de La Toma

                   el camino quedó abierto muchas cosas por hacer,

                   comunero avancemos hacia el sol que ya se asoma,

                   construyamos celebrando esta aurora por nacer”

EL COMUNERO

22.1.23

CHININA: LUCHADORA COMECHINGON

“Asaltaron la comunidad unos bandidos que sembraron muerte; corrían a la gente matándola por la espalda, una madre desesperada antes de ser asesinada escondió bajo una roca a su bebé. Una vez que pasó el terror los sobrevivientes regresaron, buscaron a la niña y la encontraron viva, pero lamentablemente las hormigas le comieron los ojos y ella quedó ciega. Se llamaba Martina, fue mi abuela. Un anciano la crió y desde niña aprendió andar a caballo, tenía destreza para poner el apero. Siendo joven la violaron y nació mi padre llamado Escolástico. Martina enseñó a mi padre que éramos comechingones; ella fue informada por el viejito que la crió”. Así comienza su relato Teresa de Dios Zamora a quien “todo el mundo” la conoce como Chinina. Ella es una comunera septuagenaria que nació, creció y vive en el territorio del Pueblo de La Toma, a orillas del Suquía en lo que hoy es Villa Urquiza.

 Chinina relata: “mi mamá se llamaba María Julia Agüero nacida aquí como su padre, mi abuelo, José. Mi papá se reconocía aborigen,  pero decía que la palabra “indio” estaba prohibida porque “si digo que soy comechingón me van a humillar, me van a apedrear”.

 “Éramos felices con mis padres; no pasábamos hambre, teníamos chanchos, cabras, ovejas, caballos, mi padre había construido un rancho con cinco palos, uno atravesaba y los otros eran varillas con barro amasado. ¡Qué fresquito era en verano y acogedor en invierno! Éramos cuatro hermanos, todos ellos murieron ya”.

“Pero en el 76 vinieron los militares y otra vez la misma historia de antaño, se llevaron todo, animales y pertenencias, se llevaron el carro coche con el que trabajaba mi papá. Nos robaron todo y a los vecinos también. Nos trasladamos por la orilla del río Suquía hasta el fondo, donde había unos túneles que se decía eran de los jesuitas, allí nos refugiamos hasta que pudimos regresar. Con zarandas sacábamos arena del río y la vendíamos, cuando lográbamos vender algo nos poníamos contentos porque había posibilidad de comer algo rico…pan”.

“En el 76 yo tenía algo más de veinte años y busqué trabajo en el Cerro de Las Rosas pero me tiraba más el carro, así que junté a un par de mujeres que habían tenido carro e hicimos unos catres y con eso salíamos a recolectar cosas por los barrios ricos del otro lado del Suquía. Los cargábamos y los dejábamos de aquel lado del río, los hombres con más fuerzas que nosotras cruzaban las cosas y las ponían en un depósito que habíamos construido entre todos. Cuando era de noche, todavía estábamos recogiendo cosas, y cuando veíamos las luces de un patrullero policial o militar nos escondíamos en la obscuridad. Así estuvimos hasta que mi papá pudo hacer un carro, y luego ayudó a otros vecinos a conseguir el suyo”.

“Fundé una cooperativa sin papeles pero después que se fueron los militares crecimos en número y en la necesidad de organizarnos porque otra vez éramos perseguidos, entonces decidimos ser legales y en el 94 conseguimos la  personería jurídica. En ese tiempo éramos muchísimos, primero mujeres y luego se agregaron los hombres. Compramos más carros y para evitar que los vecinos se siguieran quejando del ruido de las ruedas en el asfalto buscamos, en  “la punta del río” donde había autos abandonados, ejes, llantas y ruedas y así fuimos cambiando la situación. Presidí la cooperativa hasta hace poco.

“Mi papá nos organizaba para los reclamos: cortábamos la avenida Sagrada Familia y nos alentaba a no tener miedo y a resistir. Hoy la cooperativa está en una etapa en la que buscamos el reconocimiento social como trabajadores, que consideren lo nuestro como un trabajo. Mucha gente no quiere a los  carreros, nos tratan de “sucios vayan a trabajar”, hay como un odio a las personas que andan en carro. La cooperativa quiere hacer algo para que nos miren con otros ojos, que somos trabajadores que no les hacemos daño, que cuidamos el medio ambiente, que somos ecologistas”. Algo tradicional del carrero es la carrera de caballos, por eso en la rivera del Suquía siempre hacen este tipo de entretenimiento”

“Cuando la gente ve un caballo con hambre se indigna y tiene razón de hacerlo, pero no se da cuenta que el carrero no lo quiere hambrear, que él también está con hambre, que los dos están hambrientos,  que el caballo y el carrero “andan los dos sin alma”. Desconocen el sufrimiento del carrero y eso me da mucha tristeza. ¿Cómo no amar a nuestros animales, si ellos además de ser compañeros de vida, nos ayudan a vivir?  No hay que generalizar. Hay organizaciones que nos están ayudando bien. Hubo un movimiento de carreros de toda la ciudad de Córdoba, nos convocamos en la Isla de los Patos y fui la primera que aparecí con mi carro, nos juntamos muchos, pero intereses personales relacionados con la plata nos dividieron y desarmaron”. Lo último que me dice Chinina es “queremos que nos miren con otros ojos para que no nos falten el respeto”.

La relación de esta hermana comunera con Martina está sostenida y vigente por la empatía e imagino que a través de los ojos de Chinina cobran vida los ojos ciegos de su abuela y que su lucha es continuación de aquella que mantuvo viva a la comunidad. En mis oídos resuena un galopar venciendo el tiempo y siento que estoy ante la misma luchadora de siempre. 

"EL COMUNERO"