8.11.23
PRONUNCIAMIENTO DE COMUNIDADES CAMICHINGONAS
Nota de Repudio para erradicar la violencia contra la mujer indígena y los pueblos originarios Pueblo comechingon de La Toma, Córdoba, Argentina.
24.10.23
10.10.23
12.9.23
4.9.23
27.6.23
29.5.23
27.2.23
LA MAZAMORRA DEL SUQUIA
El Pueblo de La
Toma, agredido cruelmente en las últimas décadas del siglo XIX, amenazado de
exterminio, desalojado y reprimido, es
golpeado por las leyes de desarticulación de comunidades aborígenes [1].
Pero El Pueblito decide seguir viviendo. Les han quitado lo más valioso: las
tierras comunales, pero no han podido privarles de su territorio en el que
permanecen de pie. Muchos elementos culturales del ayer remoto siguen vigentes
en ese presente injusto, entre ellos la mazamorra; “la mazamorra sabes es el pan
de los pobres y leche de las madres con los senos vacíos, yo le beso las manos
al Inca Viracocha, porque inventó el maíz y enseñó su cultivo” [2]
Siglos antes de la
llegada europea al territorio del Suquía la mazamorra andaba de vajilla en
vajilla saboreada por nuestros antepasados, y allí como siempre pero sobretodo
en los momentos de escases estaba presente ella para alimentar al Pueblito.
Este relato se funda
desde el testimonio de mujeres que hoy tienen entre 80 y 95 años [3],
aunque la pregunta que responde cada una es la siguiente: ¿Usted recuerda como
cocinaba su abuela la mazamorra? Y ellas remontándose a su niñez responden con
alegría y nostalgia [4].
El gran detalle es la coincidencia en el relato de cada una, motivo que
favorece la reconstrucción acerca de cómo se cocinaba la mazamorra en el Pueblo
de La Toma en el siglo XIX y deducir que aquellas aprendieron de sus madres y
abuelas en tiempos idos.
La experiencia de “las
antiguas” del Suquía: “El choclo es desgranado, y los granos molidos en el
mortero de madera, mejor de quebracho, con la “mano” de piedra, bronce o
madera, luego se lava lo molido y se deja en agua desde la tarde anterior. Se hace
el fuego con leña o carbón ya sea en el brasero o dentro de un círculo de
piedras. Se tira el agua del remojo y se pone el maíz en la olla nuevamente con
agua sobre el fuego. Cuando hierve, hay que sacarle algunas brasas para
cocinarlo a fuego lento durante dos hora y media. Mientras se cuece, se extrae
cenizas de las brasas y se las pone en un jarro con agua fresca hasta que
desciendan a la base, entonces se cuela el agua y se coloca esta “legía de
cenizas” en la mazamorra que va cocinándose. Cuando el maíz está blando,
“cremoso” se saca del fuego la olla y ya está para ser servida caliente o
fría”.
El comentario de
las actuales ancianas del Suquía: “en lo básico no ha cambiado esta comida,
solo los artefactos y algún ingrediente: Hoy la mazamorra se hace en la cocina
a fuego lento, se puede triturar el grano con el molinillo o la moledora, en
lugar de legía de cenizas se usa el bicarbonato, ya que ambos elementos tienen
la finalidad de ablandar el grano, el tiempo de cocción es el mismo. Desde hace
décadas atrás -cuando éramos niñas- hay quienes le ponen azúcar o también miel
para endulzar la mazamorra. Actualmente la seguimos comiendo en casa, aunque no
con la frecuencia de antes. Nuestras hijas saben cómo se cocina y nuestros
nietos al menos la conocen”
Desde la sociedad
colonial y mucho mas con la inmigración europea de finales del siglo XIX y
comienzos del XX, en el espacio urbano la mazamorra fue transformándose en
postre, generalmente endulzada con azúcar, miel, crema, o caramelo líquido
también fue convirtiéndose en guarnición, por ejemplo, del asado, pero en este
caso se mantuvo la mazamorra sin ingredientes.
Me llama la
atención que las ancianas entrevistadas relacionan esta comida a la mujer, no así
el asado, por ejemplo. Puede tratarse de resabios de culturas patriarcales,
pero quiero pensar que en este caso no es eso, es una relación femenina ente la
cocinera y la comida, quiero pensar que la mazamorra se entiende con la mujer y
màs si ésta es abuela. La mazamorra es socializadora como lo es la mujer en
cualquier sociedad. “Todo es hermoso en ella, la mazorca madura, que desgranan
en noches de vientos campesinos; el mortero y la moza con trenzas en el hombro,
que entre los granos mezcla rubores y suspiros”…“Hay ciudades que ignoran su
gusto americano y muchos que olvidaron su sabor argentino, pero ella es siempre
lo que fue para el Inca, nodriza de los pobres en el páramo andino” [5]
[1] Leyes provinciales de 1881 y 1885, alentadas por la política indígena
del gobierno nacional.
[2] Del poeta Antonio Esteban Agüero en su poema: Digo la mazamorra
[3] Irene González, Gladys Rodríguez, Inocencia Carrazana, Teresa Toledo y
Brígida Romero.
[4] Cornelia Tejeda (1865 – 1960), Sara Bustos (1884- 1962), Laurentina Carrazana (1880-1973), Manuela Sánchez (1870-1975: falleció a los 105 años) Minina y Tita Gonzales ya fallecidas.
[5] Antonio Esteban Agüero: “Digo la mazamorra”
20.2.23
MIGUEL DELLAVALLE: COMUNERO, CAMPEON Y PIRATA
Una multitud de porteños, lo aclama, Miguel Dellavalle
ha sido el artífice del triunfo argentino. La selección nacional es ovacionada
por la Argentina que ha logrado por primera vez convertirse en campeona del
certamen sudamericano, llamado actualmente Copa América. Miguel Dellavalle es
tapa en varios diarios del país, porque el público le adjudica el triunfo. Se
convierte en ídolo nacional, es decir en una persona amada con pasión. Este
comunero fue el primer ídolo argentino en el fútbol nacional.
Un italiano llamado Gaetano Dellavalle llega al país, está
empobrecido y como todo inmigrante busca un porvenir, pero no se queda en la
zona agraria, viene a Córdoba y consigue un lugar en el Pueblo de La Toma pocos
años antes de la desarticulación de la comunidad. Comenzaba la década de 1880,
tiempos infames para el Pueblito[1].
Viviendo en la Comunidad conoce a Rosalía Sánchez, nieta por línea materna del
bravo cacique Don Valentín Suarez, que compartía con los Curacas principales:
Don Félix Cortés, Don Lino Acevedo y Don Gregorio Cortés.
El Pueblito no le decía Gaetano sino Cayetano[2].
Cayetano Dellavalle, a los dos años de vivir en nuestro territorio se enamoró de
Rosalía y se casó con la comunera. El matrimonio tuvo siete hijos: Cayetana
(1884), Petrona (1888) Adela (1892), Rosalía Teresa (1894), Aurora (1896),
Miguel (1898) y Pedro Luis (1899 fallecido a los pocos días de nacer). La
familia fue formada cuando el lugar no se llamaba todavía Pueblo Alberdi, sino
conservaba el nombre ancestral: Pueblo de La Toma.[3]
Cuando fue fundado el Club Atlético Belgrano en 1905,
Miguel caminaba hacia los 7 años y ya le gustaba el futbol, pero a los 16 años,
es decir en 1915, jugaba en la tercera del CAB. Escuchemos a Miguel, apodado
para ese tiempo “El Negro” en una entrevista periodística: “Me inicié en el
Club Belgrano en 1915 debutando en la tercera división en el puesto de centro
half y anoté un gol. Ascendí enseguida a la segunda, ganando un campeonato de
división. A fin de año fui promovido a primera, en la que, durante el verano de
ese año, disputamos y ganamos un campeonato. Desde entonces seguí actuando en
primera, habiendo sido designado invariablemente en la liga cordobesa”[4]
En 1920 “el negro” Dellavalle fue integrado en la
Selección Nacional Argentina. Su primera actuación en el seleccionado fue
contra Uruguay, en el que nuestro comunero deslumbró dando un espectáculo que enamoró
a la tribuna. Un solo error “explicable”, acostumbrado al celeste de Belgrano, después
de dejar atrás a dos rivales, le alcanzó la pelota al primer habilitado, que resultó
un uruguayo con su celeste camiseta nacional. No obstante Argentina ganó. Otra
destacada actuación fue en el sudamericano en Chile, cuando el negro, abrió el
torneo con un golazo en el ángulo izquierdo del arco rival, pero fue en Buenos
Aires en el 2021 cuando el seleccionado argentino se alzó con la copa
continental. Dellavalle descolló, toda Argentina se sentía orgullosa del
jugador, sobre todo Córdoba, Barrio Alberdi, y por supuesto El Pueblo de La
Toma. Pero en el sudamericano en Rio de Janeiro comenzó la declinación de
nuestro comunero: sufrió una seria lesión en la rodilla, de la que no se recuperó
y fue reemplazado en la selección argentina, de la cual finalmente se retiró
cuando tenía 23 años.
Intentó sin éxito en el tenis y la esgrima. El público
que lo vitoreó hasta el frenesí, lo fue olvidando. Volvió a vivir al barrio,
residía en la calle que después se llamó Enfermera Clermont al 700 y lo
asaltaban ataques de depresión, situación que se hizo irremediable después de
la muerte de su madre Rosalía Sánchez. Pongamos atención en las palabras de un
sobrino suyo, Alfredo Dell Aringa[5]:
“El Negro era un flor de tipo, no le gustaba mucho hablar de su ciclo de
futbolista, lo recuerdo como un tipo muy amigable y derecho en un montón de
cosas. El único defecto que tenía era el trago, un vicio bastante común en esa
época. El siempre tenía justificación para mandarse unas copitas. Cuando ganaba
se chupaba para festejar y cuando perdía lo hacía para calmar las penas”[6]
Habiendo perdido su popularidad, deprimido por el
desencanto y el olvido, sufriendo el deceso de su madre, de quien era su
preferido por ser el menor y “el único varón” dio rienda suelta a su alcoholismo.
Quienes lo seguíamos amando además de su familia, era su comunidad de La Toma,
para ese tiempo obligada a la invisibilizaciòn, nosotros sus vecinos, seguíamos
admirándolo y nos lastimaba su situación. Un día de noviembre, estando en su
casita en el barrio, puso su revólver Éibar calibre 32 en su cabeza y se disparó,
quedando gravemente herido y en estado de coma hasta que falleció el 22 de noviembre
de 1932.
La Comunidad del Pueblo de La Toma, sintiendo a Miguel
Dellavalle como propio ya que desciende de luchadores del Pueblito por su
cultura y territorio, espera con este aporte colaborar con todos aquellos que
lo reivindican y quieren “desenterrarlo” del olvido. Este hermano comunero,
pirata y campeón, lo merece.
EL COMUNERO
[1] En 1881 y 1885 son promulgadas las leyes de desarticulación de las
comunidades aborígenes. En 1886 son desalojados y en 1888 después de la
distribución de lotes, comienza un alocado remate.
[2] Así figura en las actas bautismales de sus hijos en el Archivo del
Arzobispado de Córdoba.
[3] El Club Atlético Belgrano nace el 19 de Marzo de 1905, cuando el
territorio se llamaba Pueblo de La Toma. Cambiará de nombre por Pueblo Alberdi
en Septiembre de 1910.
[4] La Voz del Interior edición de28 de Noviembre de 1921
[5] Alfredo Dell Aringa es hijo de Alfredo Dell Aringa y de Rosalía Teresa
Dellavalle (hermana de Miguel)
[6] Referencia recordada por Gustavo Farías. Periodista de La Voz del
Interior.
13.2.23
UN TRAIDOR EN EL PUEBLO DE LA TOMA
El Cacique de Yocavil, de nombre Utimba, era uno de
los principales sublevados, padre de la esposa de don Juan Chelimin. Un sobrino
suyo, Sebastián Utisa Mallo, pariente de los caciques Uti, silencioso desde las
sombras se disgusta por la rebelión y toma partida por el invasor. Los admira y
busca ser valorado por ellos. Su afán de riqueza y poder lo lleva a ser aliado
de los usurpadores. Al principio actúa entre los suyos como espía, descubierto
huye y organiza una tropa de “indios amigos”[3],
que junto al ejército español ataca comunidades rebeldes; traiciona y entrega a
Don Juan Chelimin, quien es ahorcado y descuartizado por los españoles.
Don Ramiro Chelimin, primogénito del asesinado, lo sucede
en el cacicazgo. Con la muerte de Don Juan, Sebastián Utisa Mallo se fortalece,
ataca, castiga y masacra a los rebeldes, y ayudado por los españoles derrota
militarmente a Don Ramiro. La comunidad hualfin es deportada a Córdoba y a la cabeza
de los deportados, marcha Don Ramiro Chelimin, amado y reconocido por los
suyos. Los Jesuitas ceden en préstamo terrenos al Cabildo para que residan los
hualfines: al norte de la Quinta Santa Ana y al sur del Suquía, donde hoy se
encuentra el Hospital Nacional de Clínicas, La Escuela Manuel Belgrano, la ex
cervecería Córdoba y el Club Atlético Belgrano. No es casual que una de las
calles del lugar se llame Hualfin. Los hualfines forman familia con los
camichingones y en poco tiempo, Don Ramiro Chelimin Curaca del Pueblo de La
Toma goza de prestigio.
Mientras que Sebastián Utisa Mallo continúa con sus
andanzas: fortaleciendo lazos con los sectores de poder hispánico. El Obispo
Melchor Maldonado y Saavedra visita a las comunidades no sublevadas cerca de La
Rioja, Utisa Mallo llega una tarde y le informa al Obispo, que esa noche lo
atacarían y lo convence para huir en caballo, acompañándolo hasta La Rioja;
efectivamente esa noche los rebeldes atacan la misión. En Septiembre de 1645,
Utisa Mallo se presenta ante el Cabildo de La Rioja junto a una decena de
originarios “pidiendo perdón por los delitos de sus hermanos sublevados y
protestando vasallaje” era el culmen de una historia de traiciones.
En 1650, Sebastián Utisa Mallo se presenta ante la justicia cordobesa, solicitando el curacazgo
del Pueblo de La Toma. Sostiene que “me pertenece esta comunidad ya que estoy dispuesto
a dar la vida por España, y que luchando “contra los indios” puse muchas veces
en peligro mi vida. Don Ramiro es hijo del cruel y perverso Juan Chelimin,
mientras que el Gobernador me hizo
Cacique y Alcalde Mayor del Pueblo de La Toma compensando mis servicios a la
corona. Cuidaré que los indios de La Toma, paguen sus impuestos y realicen sus
servicios”. Mientras que Chelimin se presenta a los tribunales diciendo: “Don
Ramiro, Cacique principal y legítimo”. Este expediente judicial queda truncado
ya que se perdieron o sustrajeron la parte final del proceso[4].
Sospecho con fundamento que la familia Villafañe tiene parentesco con Ramiro
Chelimin[5].
Los archivos favorecen la afirmación, que Utisa Mallo y su familia se fueron de
Córdoba a San Juan “sintiéndose” cacique hasta su muerte.[6]
La traición ha sido una constante en la historia de
las resistencias indígenas. La sed de poder y riqueza o los sentimientos de cobardía
y comodidad estimulan estos actos indignos que tienen vigencia actual. Muchas
veces los gobiernos disponen espacios no de participación y decisión sino de
control y censura. No digo que no hay que relacionarse con el Estado sino no
entrar en connivencia con él. En fin…el poder siempre atrae a los traidores.
EL COMUNERO
[1] Pedro Lozano “Historia de la Conquista del Paraguay”. Sacerdote
cronista de la conquista.
[2] Aníbal Montes. El Gran Alzamiento Calchaquí pp. 109-110
[3] Los españoles y criollos llaman “indios amigos” a los originarios
colaboracionistas del régimen
[4] AHPC Escrib. 1 Leg. 94 exp. 7
[5] AHPC Escrib. 1 Leg. 98 exp 14
[6] AHSJ Caja 4 Cap. 24 F. 6
9.2.23
LINEA DE SUCESIÓN DE LOS CACIQUES DEL PUEBLO DE LA TOMA
DESDE ANTES DE 1573 A 1616: Los caciques de diversas comunidades camichingón y sanavirón del territorio del Suquía que fueron registrados en diversos documentos son: Chilisna, Cantacara, Suquiana, Suquiman, Socomannawuan y posiblemente hubo un Nawan principal llamado Suquía.
DESDE 1616 A 1660: son registrados aunque
encomendados, Algasnavira, Humala Constanza, Miguel Constanza. En 1647, Existe
una disputa judicial por el cacicazgo del Pueblo de La Toma entre Don Ramiro
Chalimin y el traidor Sebastian Utiza Mayo, El Pueblito actualmente reconoce a
Don Ramiro.
HACIA 1670: MARTIN DE IQUIN – MICAELA OGPACHA
⇩ Hermano
1673 - 1698: FRANCISCO CHILAMAI – TERESA
⇩ Sobrino
1698 – 1725: LUIS DE IQUIN – BERNARDA
⇩ Hijo
1727 – 1763: PEDRO DE IQUIN – MARIA CONSTANZA
⇩ Hijo
1763 – 1800: JOSÈ ANTONIO DE IQUIN – DOLORES CANELO
⇩ Hijo
1800 -1803: JOSÈ DOMINGO DE IQUIN – CANDELARIA
ROSALES
⇩ Tío
1803 – 1804: JUAN DE DIOS DE IQUIN – MAGDALENA
BUSTOS
⇩ Sobrino de José Antonio De Iquin
1804 – 1829: JUAN DE DIOS VILLAFAÑE – UBALDA
QUINTEROS
⇩ Hijo
1830 – 1854: MANUEL GERVASIO VILLAFAÑE – MODESTA
SALINAS
⇩ Hermano
1854 – 1859: FRANCISCO DEL ROSARIO VILLAFAÑE –
JOSEFA ORTIZ
⇩ Nieto de Juan de Dios Villafañe
1860 – 1875: FÈLIX CORTÈS – MERCEDES SALINAS
⇩ Primo
1875- 1901: LINO ACEVEDO – SUSANA SOLÌS
⇩ Hijo de Manuel G. Villafañe
1901 – 1930: BELISARIO VILLAFAÑE – TEODORA
ROMERO
1930 – 2008: CURACAS OCULTOS, ENTRE ELLOS
JULIO CLETO VILLAFAÑE
⇩ Hijo
2007 – 2011: RUBEN VILLAFAÑE – GLADYS AYALA
⇩ Hermana
2011 - 2021: TERESITA VILLAFAÑE- RICARDO
VILLAGRA
2008 -
2016: RAMÒN AGUILAR
2008 – 2021: ARGENTINA ACEVEDO (VIUDA)
2022 – continúan: SERGIO FERRER ACEVEDO
AUDELINA SAAVEDRA
GABRIEL VILLARREAL
* Todos estos datos fueron extraídos del Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba y las citas están publicadas en el Libro ABORIGENES DE CÓRDOBA CAPITAL realizado por el Centro de Investigaciones del Instituto de Culturas Aborígenes.
6.2.23
EL CACICAZGO EN EL PUEBLO DE LA TOMA
El 18 de Abril de 2008, en vísperas del día del
aborigen americano, en un acto público en uno de los predios del Cabildo de Córdoba,
la Comunidad Comechingón del Pueblo de La Toma -nunca desaparecida pero si
invisibilidad por el sistema- constituyó su rearticulación. Bajo el lema de
aquella expresión del Cacique Lino Acevedo “DONDE HAY CURACA HAY COMUNIDAD”,
los comuneros del Pueblito proclamaron sus autoridades en una emotiva ceremonia
con nutrida concurrencia de la sociedad y la presencia de medios de
comunicación.
Algunas personas de otras comunidades originarias o
del ámbito académico local cuestionan que llamemos “curacas” a nuestras
autoridades, porque es una palabra que proviene del quechua y fue usada por los
conquistadores que generalizaron el término en la región andina Sudamericana
para designar a los jefes de las poblaciones aborígenes.
En ambas parcialidades camichingón existen términos
para designar a nuestras autoridades, en “henia” se los denomina NAGUAN o ACAN
NAVE mientras que en la “camiare” se les dice NAVE o NAVIRA, inclusive las
comunidades sanavironas con las cuales convivíamos en el momento de la conquista
española, los designaba charaba.
¿En 2008 no teníamos esa información? Por supuesto que
siempre estuvimos informados de esos términos, pero cuando decidimos la
rearticulación de nuestra comunidad del Pueblo de La Toma, abrimos un debate
sobre este asunto, y por unanimidad decidimos continuar la denominación
interrumpida hace poco, en 1930, con el fallecimiento de Don Belisario
Villafañe quién intencionalmente apodaba “curaca” a su hijo mayor Juan.
Mientras que muchas de las actuales comunidades originarias de Córdoba
sufrieron la desarticulación bastante tiempo antes que nosotros e interrumpieron
la línea de sucesión de sus autoridades en otros siglos; hoy cuando vuelven a re-articularse,
no tienen nuestra experiencia familiar acerca del término curaca que nuestros
caciques proclamados en el 2008 recibieron de sus padres biológicos el uso
vigente de dicho término. Las comunidades que hoy llaman Naguan a sus
autoridades han tenido una decisión válida, legítima, apoyada por los archivos
de nuestra ciudad y por los libros de historia. Hace poco, salió ocasionalmente
este tema en presencia de los nuevos “caciques”, y los jóvenes decidieron
continuar con la tradición del Pueblito.
También somos conscientes que la palabra “cacique”
proviene de las culturas tainas en el Caribe y los conquistadores impusieron en
toda América desconociendo las distintas estructuras políticas pre existente a
la invasión europea. La palabra cacique como curaca han sido re-significadas
por el proceso socio histórico del Pueblito. Posiblemente haya argumentos válidos
en quiénes cuestionan nuestra terminología, aunque esperamos comprendan nuestras razones. Confiamos que hay mucho
tiempo por caminar y que es enriquecedor que el “asunto” no quede abierto.
El Pueblo de La Toma también ha tenido caciques
mujeres como en el siglo XVII Doña Teresa y Doña Bernarda De Iquin o en el
pasado reciente Doña Teresita Villafañe y Doña Argentina Acevedo, o actualmente
Doña Audelina Saavedra.
Con motivo del fallecimiento de Don Lino Acevedo, el
diario Los Principios en su edición del 22 de Agosto de 1901 informa su deceso
escribiendo “…Acevedo ha sido en su tiempo curaca, que es lo mismo que
capitanejo de la comunidad indígena del Pueblo de La Toma, en este
municipio.” ¿Qué significa un curaca, un
Naguan, un charaba, un cacique para nosotros? Ciertamente no es un capitanejo,
es algo superior y va màs allá de jefe tribal. Sostenemos lo dicho por Don Lino
Acevedo: “donde hay curaca hay comunidad”, es decir, no es un simple referente,
sino es expresión visible de nuestra comunidad. Se trata de una persona en quién
los comuneros nos sentimos representados. Aquel o aquella, cuya vinculación con
el territorio lo hace sabio y su amor por la comunidad, intrépido. No se trata
de ejercer un paternalismo, sino tener la capacidad para “poner el pecho”, “dar
la cara” y “tirarse al agua”, cuando las circunstancias y la realidad lo
ameriten. Nuestra espiritualidad es
clave para ejercer su rol como curaca, en ella bebe y entonces sabe lo que
tiene que hacer.
EL COMUNERO
30.1.23
NEGRITUD EN EL PUEBLITO
Después de meses de travesía por el Atlántico, llegan ellos, enjaulados y hacinados en los barcos negreros, ensuciados por sus orinas y materias fecales, empapadas por su menstruación, muchos de ellos y ellas prefieren largarse al mar para liberarse; por eso varios vienen encadenados, y todos por las noches enjaulados. Estas personas han sido cazadas por los esclavistas o trocadas por telas y artefactos. Llegan heridos y hambrientos; llegan embarazadas, hombres y mujeres jóvenes. Vienen del África y llegan a muchos puertos de América, incluidos aquellos clandestinos como Buenos Aires. Llegan los esclavizados y la mayoría que son bajados en el Río de La Plata vienen de Angola.
Desde
Buenos Aires son trasladados para ser rematados en diversas plazas, una de
ellas es Córdoba. En 1580 el cabildo de la ciudad abrió el comercio esclavista,
pero poco tiempo antes, se le adelantó el Obispo del lugar, Don Francisco de
Victoria, ávido de riquezas y compró ilegalmente africanos en Salvador Bahía,
de allí que pasa a la historia como el primer comerciante negrero de Córdoba y
del país.
El
Pueblo de La Toma reside al otro lado de La Cañada, quedan sorprendidos de la “gente distinta” y
perciben que el trato que se les da es peor que al de ellos. También comenzaran
a compartir el territorio, ya que algunos de los recién llegados son traídos a
la chacra de las catalinas, y a la quinta Santa Ana de los jesuitas. Además los
encomenderos comienzan a adquirir esclavizados y el Cabildo hace trabajar a
“indios y negros” en la ciudad.
El
Pueblito desde el principio comienza a relacionarse con ellos, más allá de la
diferencia idiomática pero ambos sectores entienden que en el sistema hispánico
son oprimidos. Los comuneros de La Toma traban amistad con aquellos angoleños y
nace la amistad, los afectos, también la necesidad de compartir la opresión, la
solidaridad y la esperanza. Atraídos por la fuerza de la naturaleza y del amor,
brotan proyectos de vida en común. La prohibición social acerca del matrimonio
de blancos con “indios” o “negros” no existe para los oprimidos. Hay una
diferencia ficticia pero legal: los originarios son “libres” mientras que los
africanos no, por ese motivo el casamiento es también un pasaje a la libertad
de la descendencia.
Del
8 de Mayo al 7 de Junio de 1653 se produce una rebelión de indios y de negros
en el Pueblo de La Toma. El cabildo los hizo trabajar reparando las acequias que llevan agua del Suquía a la
ciudad y les ha prometido pagarle dos reales. Concluida la tarea, el empleador
no cumple lo pactado, a nadie paga dos reales, algunos reciben uno y otros
ninguno, entonces reaccionan y deciden destruir lo reparado, luego huyen a los
montes del Pueblito. Al mes el Cabildo captura a la mayoría de los sublevados y
castiga con azotes a los líderes de la insurrección. El Pueblo de La Toma vive
una experiencia inolvidable: el compartir los sufrimientos no es suficiente, es
necesario atreverse a involucrarse en la lucha por la libertad y la justicia.
En 1764, uno de los grandes caciques del
Pueblo de La Toma, don José Antonio De Iquin, contrajo matrimonio con una
afrodescendiente, doña Dolores Canelo pero fallecido el Curaca, su hijo Don
José Domingo, amado por el Pueblito, es rechazado por el Cabildo y el
Virreinato por “mancha de sangre” y entonces será reconocido Cacique don Juan
de Dios Villafañe, sobrino del difunto que “venía de indio e india”. Las
diferencias de castas son del sistema no del Pueblo de La Toma.
Desde
el siglo XVIII al XXI “la negritud” es parte constitutiva del Pueblito, muchos
comuneros tienen en sus ancestros ambas raíces. Hoy en día, hay gente de la
comunidad que recuerda que los abuelos “vienen de negro y el otro de indio”. El
censo que organizó el Marqués de Sobremonte en el Pueblo de La Toma a fines del
siglo XVIII, resultó que si bien la
mayoría era originaria, había varios afrodescendientes y el dato curioso es que se registra viviendo
en el Pueblito una mujer blanca.
Además
de la convivencia étnica, los unió la espiritualidad, ya que los unos y los
otros, sentían devoción por el padre río, por la tierra, por el territorio, por
las lluvias. La naturaleza los hermanaba más allá de las malas intenciones del
sistema. Originarios y afrodescendientes coincidían en una fuerte relación con
los espíritus, con los aparecidos y con los antiguos. Hoy casi 5 siglos
después, en La Toma, los ancestros de ambos tienen notables coincidencia.
Aunque eso sucede con los diversos pueblos aborígenes. Pensar hoy en una raza
pura es hitlerismo.
El
Pueblo de La Toma, que sigue siendo “lugar de encuentro”, sabe que la esperanza
en un nuevo porvenir se sostiene desde
las causas y las luchas, esas si son
cuestión de piel. Hay futuro por construir, opresiones y avasallamientos
que resistir. No hay diferencias de “negros y de indios” el Pueblito es una
comunidad en la cual somos comuneros aunque actualmente seguimos engrosando la
lista de los excluidos. Hoy como ayer, debemos permanecer unidos a los
políticamente avasallados, a los económicamente explotados, a los culturalmente
alienados.
“Comunidad renacida del Pueblo
de La Toma
el camino quedó abierto
muchas cosas por hacer,
comunero avancemos hacia el sol
que ya se asoma,
construyamos celebrando esta
aurora por nacer”
EL COMUNERO
22.1.23
CHININA: LUCHADORA COMECHINGON
“Asaltaron la comunidad unos bandidos que sembraron
muerte; corrían a la gente matándola por la espalda, una madre desesperada
antes de ser asesinada escondió bajo una roca a su bebé. Una vez que pasó el
terror los sobrevivientes regresaron, buscaron a la niña y la encontraron viva,
pero lamentablemente las hormigas le comieron los ojos y ella quedó ciega. Se
llamaba Martina, fue mi abuela. Un anciano la crió y desde niña aprendió andar
a caballo, tenía destreza para poner el apero. Siendo joven la violaron y nació
mi padre llamado Escolástico. Martina enseñó a mi padre que éramos
comechingones; ella fue informada por el viejito que la crió”. Así comienza su
relato Teresa de Dios Zamora a quien “todo el mundo” la conoce como Chinina.
Ella es una comunera septuagenaria que nació, creció y vive en el territorio
del Pueblo de La Toma, a orillas del Suquía en lo que hoy es Villa Urquiza.
Chinina relata:
“mi mamá se llamaba María Julia Agüero nacida aquí como su padre, mi abuelo,
José. Mi papá se reconocía aborigen, pero decía que la palabra “indio” estaba
prohibida porque “si digo que soy comechingón me van a humillar, me van a
apedrear”.
“Éramos felices
con mis padres; no pasábamos hambre, teníamos chanchos, cabras, ovejas,
caballos, mi padre había construido un rancho con cinco palos, uno atravesaba y
los otros eran varillas con barro amasado. ¡Qué fresquito era en verano y
acogedor en invierno! Éramos cuatro hermanos, todos ellos murieron ya”.
“Pero en el 76 vinieron los militares y otra vez la
misma historia de antaño, se llevaron todo, animales y pertenencias, se llevaron
el carro coche con el que trabajaba mi papá. Nos robaron todo y a los vecinos
también. Nos trasladamos por la orilla del río Suquía hasta el fondo, donde
había unos túneles que se decía eran de los jesuitas, allí nos refugiamos hasta
que pudimos regresar. Con zarandas sacábamos arena del río y la vendíamos,
cuando lográbamos vender algo nos poníamos contentos porque había posibilidad
de comer algo rico…pan”.
“En el 76 yo tenía algo más de veinte años y busqué
trabajo en el Cerro de Las Rosas pero me tiraba más el carro, así que junté a
un par de mujeres que habían tenido carro e hicimos unos catres y con eso
salíamos a recolectar cosas por los barrios ricos del otro lado del Suquía. Los
cargábamos y los dejábamos de aquel lado del río, los hombres con más fuerzas
que nosotras cruzaban las cosas y las ponían en un depósito que habíamos
construido entre todos. Cuando era de noche, todavía estábamos recogiendo
cosas, y cuando veíamos las luces de un patrullero policial o militar nos
escondíamos en la obscuridad. Así estuvimos hasta que mi papá pudo hacer un
carro, y luego ayudó a otros vecinos a conseguir el suyo”.
“Fundé una cooperativa sin papeles pero después que se
fueron los militares crecimos en número y en la necesidad de organizarnos
porque otra vez éramos perseguidos, entonces decidimos ser legales y en el 94
conseguimos la personería jurídica. En
ese tiempo éramos muchísimos, primero mujeres y luego se agregaron los hombres.
Compramos más carros y para evitar que los vecinos se siguieran quejando del
ruido de las ruedas en el asfalto buscamos, en
“la punta del río” donde había autos abandonados, ejes, llantas y ruedas
y así fuimos cambiando la situación. Presidí la cooperativa hasta hace poco.
“Mi papá nos organizaba para los reclamos: cortábamos
la avenida Sagrada Familia y nos alentaba a no tener miedo y a resistir. Hoy la
cooperativa está en una etapa en la que buscamos el reconocimiento social como
trabajadores, que consideren lo nuestro como un trabajo. Mucha gente no quiere
a los carreros, nos tratan de “sucios
vayan a trabajar”, hay como un odio a las personas que andan en carro. La
cooperativa quiere hacer algo para que nos miren con otros ojos, que somos
trabajadores que no les hacemos daño, que cuidamos el medio ambiente, que somos
ecologistas”. Algo tradicional del carrero es la carrera de caballos, por eso
en la rivera del Suquía siempre hacen este tipo de entretenimiento”
“Cuando la gente ve un caballo con hambre se indigna y
tiene razón de hacerlo, pero no se da cuenta que el carrero no lo quiere
hambrear, que él también está con hambre, que los dos están hambrientos, que el caballo y el carrero “andan los dos
sin alma”. Desconocen el sufrimiento del carrero y eso me da mucha tristeza.
¿Cómo no amar a nuestros animales, si ellos además de ser compañeros de vida,
nos ayudan a vivir? No hay que
generalizar. Hay organizaciones que nos están ayudando bien. Hubo un movimiento
de carreros de toda la ciudad de Córdoba, nos convocamos en la Isla de los
Patos y fui la primera que aparecí con mi carro, nos juntamos muchos, pero
intereses personales relacionados con la plata nos dividieron y desarmaron”. Lo
último que me dice Chinina es “queremos que nos miren con otros ojos para que
no nos falten el respeto”.
La relación de esta hermana comunera con Martina está
sostenida y vigente por la empatía e imagino que a través de los ojos de
Chinina cobran vida los ojos ciegos de su abuela y que su lucha es continuación
de aquella que mantuvo viva a la comunidad. En mis oídos resuena un galopar
venciendo el tiempo y siento que estoy ante la misma luchadora de siempre.
"EL COMUNERO"