13.1.23

EL AGUADUCHO: RELATO EN PRIMERA PERSONA


Soy un arroyo ubicado al pie de montaña, pertenezco al valle del Suquía. Vengo de tiempos remotos, antes que aparecieran los primeros hombres en estos lugares. Tuve muchos nombres en distintos idiomas ya desaparecidos y que el tiempo olvidó. Los comechingones cuando se referían a mi recurrían a la palabra “san”, que significa río, arroyo y se refiere al agua. Cuando llegaron los españoles y percibieron mi existencia, me impusieron el nombre de Aguaducho modismo vulgar español para nominar a las irregulares corridas de agua.

Soy el Aguaducho, ese arroyo del Pueblo de La Toma y soy hermano de La Cañada y El Infiernillo, pero mientras ellos afloran desde corrientes subterráneas, yo corro libremente desde las laderas de los altos que se elevan y descienden a orillas del río. El Pueblito de La Toma prefería mis aguas tanto para beber como para higienizarse porque sabían que era pluvial, es decir de lluvia; mi cuenca tenía un lecho de piedras, que en ese entonces visibilizaban la transparencia de mis aguas.

La gente me respetaba por mis desbordes en las torrenciales tormentas del verano cordobés; el Pueblito ya conocía esta experiencia. Los conquistadores españoles primero y los inmigrantes italianos después quedaron sorprendidos de mi potencia. Aunque la última vez  causé muerte, destrucción y dolor, pero no fue por obra de la naturaleza sino de la avaricia de la clase dominante que construyó un enorme terraplén para extender las vías del tren hacia Malagueño en búsqueda de minerales. Dividió injustamente el territorio de la comunidad de La Toma, y en poco tiempo a causa de las lluvias se fue formando un embalse artificial en su costado sur. Enero de 1890 fue azotado por un temporal, la fuerza del embalse destruyó el terraplén y las aguas  bajaron impetuosamente hacia el Suquía buscaron mi cauce totalmente desbordado arrasando árboles, animales y hombres sean originarios, criollos e inmigrantes. Fue irresponsabilidad de “la civilización y el progreso” tan aclamados por la elite política, económica e intelectual. En el mismo tiempo que construían el dique San Roque en la naciente del Suquía, se ocuparon de mí, reforzando por primera vez mi cauce con pircas en mis riveras.

Era el primer intento de domesticarme, pero sobrepasé esas pircas en repetidas ocasiones despertando el temor de los que me conocían. Comenzaron a “sistematizarme” 4 años después que desarticularon la comunidad de La Toma y transformaron la propiedad comunal de los comuneros en propiedad privada. El gobierno Juarista inició un carnaval de remates aprovechándose del sistema impositivo y la venta de los pastos comunes ahora mensurados, y re vendió  a los inmigrantes europeos que venían con muchas esperanzas y poco dinero. La economía liberal generaba riqueza favoreciendo a unos pocos y excluyendo a otros; esa exclusión produjo en mis nacientes -es decir las barrancas donde actualmente se sitúa el Sheraton y el Nuevo shopping de Duarte Quiròs- un conventillo en el que se refugiaron personas descartada del sistema, indios del Pueblito, negros del abrojal y gringos en desgracia; ese asentamiento de indigentes fue conocido como El Infiernillo, que no tiene nada que ver con mi hermano el arroyo, sino con los condenados a la miseria. Estos empobrecidos sin servicio alguno no pudieron mantenerme limpio, mientras que los vecinos pudientes y las empresas comenzaron a utilizarme como basural, y así mi cauce bajaba sucio y apestoso al río; mis aguas habían perdido toda la transparencia de antaño.

En 1930, en la década infame, comenzaron a entubarme para invisibilizarme, tapándome, encubriendo la perversidad que el sistema liberal había producido y me convirtieron en un pasaje que llevaba mi nombre. Los desarrollistas construyeron torres y barrio Alberdi comenzó a sufrir un cambio urbanístico que generaba una nueva manera de relacionarse, fría e individual que no eliminó la sensibilidad social del histórico barrio. Cuando mi hermana La Cañada en los años 40 fue transformada en una bella dama y en un símbolo de la ciudad, terminaban de entubarme. En el transcurso de las décadas siguientes, fueron trasladadas inhumanamente las villas miserias, mis vecinas. En los ochenta embellecieron el Pasaje, le pusieron de nombre “Reforma Universitaria”, seguía el proceso de invisibilizaciòn aunque confieso que no me disgusta porque fui testigo en 1918 de esa reforma, una movilización social juvenil que transformaba “los dolores en esperanzas”.

Soy un arroyo indígena que fue conquistado y colonizado junto a los comuneros de La Toma. ¿Pretendieron domesticarme? Lo intentaron; ¿pretendieron eliminarme? No lo lograron; ¿me trasformaron en arroyo subterráneo? Aparentemente si, trataron de desaparecerme como lo hicieron con el Pueblito y no pudieron; me he transformado en una vena de este territorio; trataron de esconderme para invisibilizarme como pretendieron con La comunidad de la Toma, ¡tampoco nos vencieron! Todas la luchas del Pueblito y Barrio Alberdi: la desarticulación de la comunidad originaria, el desalojo de sus familias, el surgimiento del nuevo barrio con raíces profundas, la reforma universitaria iniciada en el Clínicas, los gritos y los silencios piratas con los festejados goles de Belgrano, el Cordobazo que tuvo epicentro en mi seno, la larga resistencia cervecera; en definitiva, todas las causas y luchas de este territorio son mías desde este obligado curso subterráneo. Desde lo profundo de la tierra: seguimos resistiendo, existiendo y revelándonos.

EL COMUNERO

* Video e imágenes fueron realizadas el día jueves 12 de enero a las 14 horas.

(COSTANERA R. MESTRE 1600, FRENTE ISLA DE LOS PATOS)